Es un verdadero placer volver a escribir esta columna como cada jueves, ya que este espacio es para todos los que nos gusta y para los que se dan el tiempo de entender a la fiesta de los toros como una expresión artística que ha venido enamorando a muchos de los que nos gustan los toros.

Esta vez y recién pasado el día del trabajador de la radio me puse a pensar de aquellas leyendas del periodismo o cronismo taurino que se merecen ser recordadas porque nos hacían imaginar, sentir y vibrar con cada palabra taurina que salía de su boca.

En la historia de la fiesta brava en México han existido tres cronistas de toros: Alonso Sordo Noriega, Francisco J. D. Calvo, “Paco Malgesto” y Luis C. F. López Valdemoro, “José Alameda”, y aunque el primero y el tercero de los mencionados nacieran en la madre patria, ya que el primero emigró a México al año de edad y el tercero a los 28 años, sintiéndose mexicanos realmente, cada uno en distintas épocas, llegando a ser, junto con Paco Malgesto, los mejores cronistas taurinos, por sus conocimientos, entrega y afición, exponentes de artes y la elegancia del buen decir, jamás igualados hasta la fecha, con la decencia en sus críticas al estar narrando una faena y, lo que es más significativo, sin venderse al mejor postor, sin equivocar a la afición como sucede actualmente con unos dizque cronistas, al grado que, al estar trasmitiendo por la radio, nos hacían transportarnos al tendido de la plaza de donde transmitían, como si estuviéramos en persona presenciando la corrida.

Me permito narrar brevemente su historia:

Alonso Sordo Noriega nació el 5 de octubre de 1900, en Cué, provincia asturiana de España, llegando a México un año después, por lo que siempre se sintió mexicano. En la estación XEW, donde debutó, tenía un programa muy escuchado que se llamó “El Investigador del Aire”. Principalmente fue cronista de toros y futbol. Se cuenta de él que “no sólo era gran narrador, sino un entusiasta aficionado al futbol– que en una ocasión debía transmitir un partido, el cual por distintas circunstancias no se celebró. No le importó al audaz Alonso, tomó el micrófono y lo narró de cabo a rabo, con toda clase de detalles, anotaciones, faules, goles, castigos, y resultado final.

Su pasión por los toros le hizo cronista de la XEW en una de las épocas más interesantes de la fiesta brava en la plaza El Toreo. Fue en los años del garcismo, apasionados hasta los huesos del “Ave de las Tempestades”, “Sismo y Estatua”, era un aficionado pasional en esta fiesta de pasión y discusión, defensa y ataque a favor de su torero. Por eso, en aquellas temporadas de Garza, la afición afloraba en los tendidos y llegaba el clímax de la pelea ya no sólo de palabra, sino de acción. Y no se crean que era por efectos etílicos como sucede ahora. Era por defender a sus toreros, pues los “ismos” imperaban entonces en el ambiente taurino.

Cada taurino tendrá a su consentido a la hora de narrar una corrida, pues así como cada quien tiene a su torero favorito de la misma manera a la hora de narrar, y es que para quienes estamos en esto de la comunicación y los toros es muy rico poder trasmitir lo que siente el torero y lo que nos hace sentir a nosotros y poder expresarlo en el micrófono es una maravilla.

En mi corta carrera como cronista taurino estos tres maestros han sido de gran influencia porque nos llevan a lugares insospechados sin embargo otros estilos más directos, sobrios y aplomados también forman parte de mí para expresar lo que se ve.

No quiero dejar de mencionar a Heriberto Murrieta quien a mi parecer es el que en los últimos tiempos ha defendido con conocimiento e inteligencia la manera de ver y apreciar una corrida de toros.

“El joven Murrieta” como se refería Jacobo Zabludovsky dio sus primeras crónicas en ese noticiero de 24 Horas donde transmitió más de 300 cápsulas taurinas en sus tradicionales Jueves Taurinos que dicho sea de paso como nosotros en este espacio de El Gran Diario de México tenemos cada jueves, Muchos son sus libros donde detalla su andar por los ruedos y el micrófono. Tuve la fortuna de conocerle en Tepic, Nayarit; una tierra donde poco se habla y se sabe de la fiesta y ahí charlamos de lo que nos más nos apasiona.

En fin el arte de torear es similar al arte de trasmitir ideas y narrar lo que se está viviendo, desde las pisadas de las reses bravas al momento de embestir o tan solo trotar en el ruedo hasta ver triunfar a  un torero saliendo por la puerta grande hasta las puertas ya sea de su casa o de su hotel. Es maravilloso y mientras Dios nos preste vida y nos sigan dando un espacio para narrar o para compartir lo que sentimos por la fiesta seremos inmensamente felices.

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