Dramáticamente suave y tierna y bella y sobria y, sobre todo, humana, terriblemente humana, por todos lados, trágica sin cargar las tintas. Parece que no sucede nada cuando está sucediendo todo.

Algunos amigos dicen que es bellamente lenta y otros que es buena pero le falta algo, que estalle el drama y haga pedazos toda la vida y el mundo; que nada quede en pie.

Otro amigo ve allí la mejor virtud de la película: su contención y el oleaje de las imágenes y los sonidos que hacen apreciar en su plenitud aquel país del siglo pasado al filo de los 70. De los autos grandes a los chiquitos.

Acostumbrados al vértigo actual de la Edad Luz, tal vez inconscientemente deseamos ver los tiempos violentos y el caos y el ritmo frenético en que hoy vivimos.

El oleaje de la vida en dos momentos. El agua y la espuma del jabón lavando la mierda del perro en el mosaico del garaje. El oleaje del mar que va creciendo y amenaza con ahogar a los inocentes, salvados por el amor.

Sofía y Cleo, la mujer rota y la mujer chingada. Como casi siempre en la sociedad mexicana, solas sacan adelante a los hijos, la casa, como pueden. Ausentes nosotros los hombres, los hijos de la chingada.

Los dos astronautas perdidos en el espacio infinito. Es la soledad de todas las mujeres y los hombres en el mundo. Su encuentro inverosímil es el amor y la comunión, el afecto, la solidaridad con el otro nosotros.

¿Qué nos quiere decir el avión cruzando el cielo? ¿Es el ojo de un Dios que ve todo y nada puede hacer? ¿Es la mirada del artista que crea y recrea el mundo?

La vida en las azoteas. La vida en las casas medias con aspiraciones altas. Las vidas en los rincones y en los poros de la sociedad. La vida en las grandes mansiones. Todos conviviendo de alguna forma. No hay otra.

Los ruidos de la calle: el afilador de cuchillos, el carrito de los camotes, la campana de la basura, el ladrido de los perros, las bandas de guerra, los ambulantes, el tráfico de peatones y de vehículos, el hospital general.

La atmósfera dentro de casa: la mesa familiar, los programas de la tele, las canciones de antaño, los comerciales, las peleas de los niños y de los adultos, la hora de dormir y de pararse, la hora minuto a minuto en el radio.

La servidumbre humana como parte de la familia humana, con sus clases y sus diferencias, conviviendo, con sus disputas y su fraternidad, los afectos y los defectos, la solidaridad atenuando las desigualdades.

Los sucesos del tiempo mexicano, entre los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, las Olimpiadas del 68 y el Mundial del 70, el progreso y la represión, las mansiones y Ciudad Neza, el astronauta rico y el astronauta prángana.

La enseñanza del mago Zobek. El milagro no es un acto increíble. El milagro es físico, mental y espiritual. Un acto cotidiano que sólo tú puedes realizar. Lo más fácil es lo más difícil. A ver, hazlo.

Roma es el tiempo perdido y recuperado y enriquecido. Es la vivencia del cineasta. El principio del arte: volver a encontrar más de lo que se ha perdido. Apunte de Elías Canetti de 1948, en La provincia del hombre.

A José Emilio Pacheco le habría encantado la Roma de Cuarón. ¿Qué habría escrito? Sepa la bola. Tal vez habría pensado cómo de esos seres comunes y heridos, rotos, dos mujeres solas, pueden alumbrar artistas prodigiosos.

El dolor y la pena a la orilla del mar, y la fiesta al lado de los novillos recién casados. Unos están al principio del camino llamado felicidad, los otros ya están en el camino en la parada llamada infierno.

El oleaje del mar y la vida en el mosaico del mundo, lavando la mierda, que es la nuestra. Los muchos Méxicos revueltos y manchados. Excelente su exhibición en Los Pinos. ¿Qué les duele a los hipercríticos furibundos?

Los temblores de tierra naturales, humanos, políticos… El espejo que vemos y el cuadro que hacemos. Ya me vi.

El arte da más vida a la vida y después de la vida.

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