En el año 2050, los estudiantes de la Tierra aprenderán en clases de Ciencias, en laboratorios que no imaginamos, con artilugios que no se han inventado, cómo en el 2020, antes de que ellos nacieran, la hermosa Venecia dio una lección al mundo.

Los canales de la antigua ciudad se habían contaminado por la presencia de las góndolas, los desechos irregulares de restaurantes, el paso de miles de turistas que irrumpían sin respeto por sus callejones, siglo tras siglo.

Una pandemia, causada por un coronavirus, había logrado un renacimiento más importante que el movimiento artístico del siglo XVI: el renacer de la naturaleza.

El virus, sabrán los chicos de secundaria, logró el milagro de que millones de personas, en el mundo entero, se quedaran en casa durante semanas, con un costo económico y político brutal, porque nada es gratis.

Pero hubo otras consecuencias: las familias se reunieron para hablar y reconocerse. Los artistas pudieron crear pintura y dibujo. Del oscuro fondo del armario salieron las guitarras para ser abrazadas de nuevo, de sus cuerdas tensas brotó la música. Hubo danza en la cocina, canto y aplausos en los balcones. En la intimidad de un sillón, alguien pidió perdón y la súplica fue recibida con besos empapados de agua salada, la que brota de los ojos.

Los estudiantes sabrán que en Tel Aviv, israelíes y palestinos realizaron labores conjuntas para contener la pandemia. Un virus logró lo que no lograron los tratados internacionales de paz entre enemigos de siglos.

Egipto realizó labores de mantenimiento de las pirámides de Giza. Las costas y puertos, casi sin actividades, tuvieron otra vez mares limpios.

Es la respuesta de la naturaleza a la resiliencia humana.

Victor Frankl, el neurólogo austriaco creador de la logoterapia, escribió sobre la dimensión espiritual de hombres y mujeres. Para Frankl, la trascendencia del ser humano es la fuente y fin de los verdaderos valores. El sentido de la vida se realiza en la trascendencia, a través de la vivencia de los valores. Este médico austriaco vivió dos años y medio en campos de concentración nazi, donde fue testigo de los horrores de la guerra. Después de perder familia, patria, salud y esperanza, Frankl escribió El hombre en busca de sentido, un libro crucial para comprender la estructura del pensamiento humano.

Como las aguas de Venecia, los canales interiores de nuestro ser pueden renovarse gracias a este confinamiento. Vendrán los cisnes, jugarán los delfines en la transparencia. La esperanza renacerá como un brote de orquídea.

Jaime Sabines, el poeta de Chiapas, escribió: “Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo / último viaje. Retoño de la luz, / agua de las edades que en ti, perdida, nace. / Ven a mi sed. Ahora. / Después de todo. Antes. / Ven a mi larga sed entretenida / en bocas, escasos manantiales. / Quiero esa arpa honda que en tu vientre / arrulla niños salvajes, / quiero esa tensa humedad que te palpita , / esa humedad de agua que te arde. / Mujer, músculo suave. / La piel de un beso entre tus senos / de oscurecido oleaje / me navega en la boca / y mide sangre”.

Jaime Torres Bodet entra a esta conversación con su poema: “La primavera de la aldea / bajó esta tarde a la ciudad, / con su cara de niña fea / y su vestido de percal. // Traía nidos en las manos / y le temblaba el corazón / como en los últimos manzanos / el trino del primer gorrión”.

Octavio Paz, nuestro premio Nobel, es el invitado de honor: “En el silencio transparente / el día reposaba: / la transparencia del espacio / era la transparencia del silencio. / La inmóvil luz del cielo sosegaba / el crecimiento de las yerbas. / Los bichos de la tierra, entre las piedras, / bajo la luz idéntica, eran piedras. / El tiempo en el minuto se saciaba. / En la quietud absorta / se consumaba el mediodía. // Y un pájaro cantó, delgada flecha. / Pecho de plata herido vibró el cielo, / se movieron las hojas, / las yerbas despertaron...”

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