El próximo miércoles 16 de septiembre, recordaremos el inicio de la gesta heroica que dio nacimiento a nuestra bella nación. El movimiento de Independencia encabezado por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, doña Josefa Ortiz de Domínguez, Juan Aldama, José María Morelos, Vicente Guerrero, y otros miles de personas que tomaron las armas por un futuro mejor, es uno de los acontecimientos históricos más relevantes, sino es que el más importante  para nuestro país.

Impulsados por el sentimiento progresista de los padres de la revolución francesa y el frenesí libertario de los independentistas del vecino país del norte, los insurgentes del siglo XIX, muchos de ellos de origen criollo, tomaron las armas y clamaron por la libertad. Llevados por la guía del estandarte guadalupano y el espíritu de cambio, comenzaron su hazaña en el entonces pueblo de Dolores para encaminarse posteriormente a la ciudad de Guanajuato y esparcirse por todo el bajío.

La lucha fue larga y compleja, sujeta a grandes cambios y vaivenes, sobre todo por las circunstancias que envolvían al país ibérico, dominado en ese momento por el emperador Napoleón Bonaparte y la caída de la monarquía española. Once años tuvieron que transitar para que ese primer paso, independentista, se viera consumado con los Tratadosde Córdoba y el reconocimiento de México como nación libre y soberana.

Ahora, es deber y orgullo de todos nosotros recordar tan importante hazaña y vivir nuestra mexicanidad. Es momento de sentir nuestra identidad, de clamar por nuestras tradiciones y, sobre todo, defender nuestra libertad. Y es justamente en este último concepto donde debemos, hoy más que nunca, poner mayor atención, pues la libertad que tanto hemos pregonado a lo largo de la historia se está viendo amenazada por los aires de un centralismo sin razón.

Quienes ahora detentan el poder desde la ciudad de México, pregonan y prometen una gran transformación, comparándola incluso con aquel gran movimiento de 1810, o con otros de alcances similares como la guerra de reforma de 1648 o el movimiento revolucionario de 1910; sin embargo, algo que es claro es que la llamada “cuarta transformación” no se acerca, ni por asomo, a los ideales, cambios y propósitos que enarbolaron esas luchas, siendo por tanto un despropósito el que se utilice ese “eslogan”.

Pero además, si somos objetivos, los cambios que se han empleado por la actual administración son superficiales y en retroceso. No llegan al fondo de las instituciones, pues se mantiene la misma base operativa y estructural del Estado y, por el contrario, hay una tendencia simulada de centralizar todo en un solo hombre: recursos, decisiones, proyectos…

Hoy más que nunca, entre la pandemia y la crisis económica, México requiere un gobierno con altura de miras, con bases sólidas y liderazgo efectivo, que una y no que divida; un gobierno que ofrezca soluciones y no discursos, un gobierno que sea sensible a la realidad y congruente con sus decisiones.

En este sentido, más que “transformar” necesitamos mejorar, pues la sociedad no está para experimentos u ocurrencias, sino para resultados reales y palpables, resultados que nos permitan, una vez más, celebrar con tranquilidad y gritar con orgullo “Viva México”.

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