Nada más complejo para la mente humana que tratar de aprehender el concepto de la realidad. Si la realidad es todo aquello que nos rodea, lo que podemos compartir con la comunidad a la que pertenecemos, tenemos que enfrentar estos conceptos con la vida interior, donde la realidad convive con la imaginación, los sueños y la fantasía.

Mario Vargas Llosa publicó en 1987 un espléndido ensayo titulado La verdad de las mentiras, donde habla de la necesidad que todos tenemos de la ficción. Su interés por escudriñar la vida de los personajes de las novelas y enfrentarlos a la realidad, de donde ellos salieron, le llevó a declarar: “Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos —ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros— quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar —tramposamente— ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener”.

El primero que no se resigna a confinarse en su propia vida es el escritor. El novelista crea en las páginas de su obra diálogos con personajes a los que le gustaría invitar a su casa, ser su amigo, amarlos y admirarlos. También inventa seres terribles para odiarlos, matarlos y acabar de una vez con sus actos y sus consecuencias nocivas. El escritor llega a conocer de una manera tan íntima a los hombres y mujeres nacidos de sus letras que les inventa una voz. De la fabulosa polifonía interior que todos llevamos en el cerebro, donde se almacenan los ruidos del mundo, se extraen los timbres y lenguajes que hablan los personajes en cada conversación inventada. El escritor llora cuando sus creaciones mueren, sufre cuando se enferman, goza en cada acto de amor que describe, disfruta de sus triunfos.

La palabra realidad viene del latín: realitas, y este vocablo procede de res: cosa. Expresa el concepto abstracto de lo real. El sufijo -idad denota la cualidad o propiedad. Por tanto, la realidad es la cualidad de lo real y su concepto. La otra cara de la moneda es la irrealidad, que se compone de ilusiones, deseos y partículas de imaginación. La irrealidad es tan necesaria que alimenta nuestros sueños, sin los cuales no podríamos descansar a plenitud.

Desde que el mundo es mundo, los filósofos han dedicado sus mejores horas al análisis de la percepción de la realidad. Si usted creció con hermanos, pregúnteles sobre algunos momentos de las vacaciones o sobre las travesuras del gato, y se encontrará con versiones muy distintas a la suya. Cada quien tiene sus propios recuerdos del mismo acontecimiento, a veces tan lejanos a los de otra persona que también estuvo presente, que no nos queda más que aceptar que la percepción individual se compone de los ingredientes con que aliñamos nuestras experiencias. En los grupos escolares o entre compañeros de trabajo, hay quienes están viendo el paisaje que deja apreciar una ventana, hay quienes están atentos al pizarrón, y hay quienes miran con insistencia al reloj para apresurar el paso de las horas y salir del encierro forzoso.

Según los empiristas, la realidad de algo consiste en ser percibido por nosotros en la experiencia. La realidad se ha vinculado estrechamente con los conceptos de esencia y existencia en la filosofía clásica y tradicional. Para Kant, la realidad es una categoría del entendimiento que la considera como el conjunto de realidades de la experiencia posible: el mundo.

Lacan distingue entre la realidad y lo real. La primera es el conjunto de las cosas tal cual son percibidas por el ser humano. La realidad es fenomenológica y es el soporte de la fantasía. Lo real es el conjunto de las cosas independientemente de que sean percibidas por el ser humano.

Así como hay realidades hay espejismos. Las jornadas de trabajo son tan duras que necesitamos de un aliciente, una imagen formada por nuestros deseos que nos lleve a continuar el esfuerzo hasta alcanzar la meta, y dedicar parte de la recompensa a lograr un sueño. Son las zanahorias que colgamos frente a nuestra nariz para que el camino se vuelva ligero.

La fantasía es producto de la imaginación y la creatividad. Los pensamientos de una persona sana encuentran en la fantasía las cosas que les gustaría hacer o haber hecho, es decir, fantasías de control o ensueños. Este es el principio de la acción que lleva a la innovación, a la investigación y a la creación.

Si todos aceptáramos la realidad tal cual es, sin buscar cambiarla, estaríamos aplicando un terrible freno al progreso y el desarrollo. Querer transformar la realidad es el inicio de la producción de mejores máquinas y aparatos, es la fuerza detrás de la industria.

Por otra parte, el artista puede convertir sus fantasías en piezas de arte en lugar de síntomas que son el principio de la neurosis. A nivel masivo, la intersubjetividad posmoderna del siglo XXI ve la fantasía como una forma de comunicación entre las personas que compartimos una cultura. En el mundo entero vemos las mismas películas, escuchamos la misma música, sentimos anhelos parecidos. La realidad es un prisma de colores, y cada quien atrapa de ella los rayos que mejor iluminan su vida.

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