La representación política, al menos en el contexto de las democracias liberales donde se conjugan las instituciones de limitación de poder, separación de poderes y derechos individuales con mecanismos de elección de representantes donde puede participar la mayor parte de la población adulta, supone que el poder está en manos de gobernantes elegidos por la ciudadanía. Por ello, requiere, por un lado, de la autorización a través de procesos electorales y, por otro, del reflejo de las aspiraciones de la sociedad manifestado a partir de su capacidad para influir sobre el gobierno.

Mientras la teoría se mueve por estos rumbos, la política mexicana parece hacernos transitar por otros. En los últimos días, mucho se ha debatido la negativa de la oposición o, al menos, de una parte de “acompañar” la instrucción presidencial de someter a la Guardia Nacional a las Fuerzas Armadas y, por otra, la crisis de un bloque opositor que revisando sus planteamientos dista mucho de ser “bloque” y considerando la posición del PRI tampoco parece ser “tan” opositor.

Esta reflexión sirve como marco para intentar comprender qué es lo que esperamos como ciudadanía de nuestra clase política. De acuerdo con las teorías del comportamiento electoral, tanto los partidos como las ideologías funcionan como atajos que permiten al electorado tomar decisiones en el marco de lo que resulta afín a sus intereses, preferencias y creencias a partir de conocer la posición de las diversas fuerzas políticas en torno a temas centrales.

En la práctica, si bien un segmento de la ciudadanía tiene posiciones firmes sobre los partidos y su identificación ideológica, hay múltiples sectores quizá más numerosos que confían menos en estos atajos y optan por obtener información por otras vías, como la información que se puede obtener de las y los actores políticos con base en información retrospectiva (qué han hecho en el pasado, cuáles son sus trayectorias y resultados), prospectiva (qué proponen hacer en el futuro, a qué se comprometen, qué visión de país tienen), así como de la evaluación de la gestión.

En estos momentos, pareciera que ninguno de estos mecanismos es suficiente; muestra del distanciamiento de partidos, representantes y gobernantes de la ciudadanía.

Unos ejemplos para ilustrar. Acción Nacional cuya razón de ser fue la crítica a las prácticas del PRI considera que aliarse con éste resulta una alternativa viable de cara a la pérdida de un segmento importante de su membresía, pero en el momento en el que el dirigente del PRI actúa, ¡como dirigente del PRI! Se asume traicionado y culpa a su otrora aliado de una posible debacle que es producto de su propia incapacidad para rearticularse después de la derrota electoral de 2012. El PRD, producto de una ruptura del otrora partido hegemónico pero maestro en sus prácticas clientelares, ahora repudia a quienes se formaron y consolidaron políticamente en sus filas.

En este contexto, ¿de qué elementos nos valemos las y los ciudadanos para decidir? ¿En manos de quién están el país y las oposiciones? ¿Quién nos representa?

Es claro que desde amplios sectores de la ciudadanía se percibe un profundo rechazo. El problema de fondo es que lo mismo se rechaza la militarización, la improvisación y la incompetencia del partido en el poder que la incapacidad, la tibieza y la falta de congruencia de la oposición.

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