Tras su reelección, Chávez no apareció a tomar posesión del nuevo mandato, como exigía el artículo 231 de su constitución. En su lugar se ofreció una impresionante puesta en escena destinada a convencer al pueblo de que el comandante seguía vivo y en uso de sus facultades. Necesitaban acallar los rumores de la comunidad internacional, que comenzaba a especular sobre un posible golpe de Estado. Había que detener cualquier intervencionismo yanqui.

Desde la semana pasada Cuba y el chavismo sabían que todo estaba perdido, que la cuarta operación no había detenido los efectos del cáncer que aflige al comandante y que éste no podría hacer declaraciones ni aparecer en fotos. Montaron una escenografía espectacular para sofocar la pregunta en boca de todos: ¿sigue vivo? Sin parte médico es imposible saber si su ausencia es absoluta o temporal. Chávez es hoy rehén de los hermanos Castro. Pero como también es símbolo del populismo antiyanqui en la región y moneda de cambio para continuar disfrutando del petróleo y la ayuda económica de Venezuela, Cuba, la nomenclatura chavista, y tal vez la Alianza Bolivariana lo mantuvieron vivo hasta la toma de posesión. Con participación de los hermanos Castro el pasado fin de semana comenzaron a pactar la sucesión,

A medida que se acercaba la fecha fatal y Chávez no aparecía, asomó la lucha por el poder entre Nicolás Maduro, vicepresidente y heredero designado por Chávez, y Diosdado Cabello, el militar que preside la Asamblea Nacional. Los cubanos metieron orden y las cosas regresaron a una aparente normalidad. (En un mitin apareció el gigantón Maduro sobándole la cabeza rapada al chaparrito Cabello.) Cuando resultaba claro que Chávez no asistiría a tomar posesión, recurrieron a una ingeniosa estrategia: solicitaron al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) que “interpretara” los alcances del artículo 231, que por otra parte es cristalinamente claro.

Chávez ha ejercido una férrea dictadura basada en el control absoluto del ejército, el petróleo y el TSJ. Éste urdió la teoría de la “continuidad administrativa”, basada en dos sencillas premisas: el caudillo continuaba siendo presidente, y era además presidente válidamente electo para otro período constitucional. Así que en su caso el juramento sería un mero formulismo, que podría cumplirse cuando terminaran los “motivos sobrevenidos” que impidieron su presencia en la asamblea. La OEA compró el dictamen del TSJ con un respiro de alivio. José Miguel Insulza lo consideró “inobjetable”, porque había sido “aprobado por los tres poderes”: el Ejecutivo (detentado por Maduro), el Legislativo (presidido por Cabello) y el Judicial (con la sentencia a modo del TSJ). Insulza olvidó incluir la tácita aprobación de la Alianza Bolivariana.

El acto multitudinario fue apabullante; era una marea roja que serpenteaba delirante por Caracas hasta el Palacio de Miraflores. Chávez no estaba presente, pero cientos de miles juraron por él. “Yo soy Chávez”, leían las mantas y playeras de miles de seguidores. “Todos somos Chávez”, decían otras. Una convirtió al líder en encarnación del Estado: “Chávez es el pueblo”. Otra más mostraba la doble imagen de Chávez con Cristo: ¡un mesías caribeño! Estuvieron el ex presidente Fernando Lugo y los presidentes José Mújica, Daniel Ortega y Evo Morales. Cristina Kirchner y Ollanta Humala presentaron en Cuba sus respetos (que pudiesen haber sido condolencias) a los hermanos Castro.

El comandante, enfático y poético, había pedido que si algo le ocurría eligieran a Maduro: “es mi opinión firme, plena (como la luna llena), irrevocable, absoluta, total”. Lamentó que la burguesía se burlara de Maduro, porque había sido chofer de camión. “Miren ahora adónde se dirige…” Es obvio que el futuro del chavismo sin Chávez depende de Cuba.

Analista político

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