El miércoles pasado apareció en la prensa estadounidense la noticia de que el equipo del presidente Trump estaba preparando una Orden Ejecutiva mediante la cual Estados Unidos se retiraría del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN. La reacción no se hizo esperar: la bolsa cayó y el peso también se depreció en la mayor magnitud observada en meses. Horas más tarde, tanto el presidente Peña Nieto como el primer ministro canadiense Trudeau, llamaron al presidente Trump y reafirmaron que se continuaría con lo pactado anteriormente: llevar a cabo una negociación trilateral ordenada del TLCAN.

El susto del día que afectó momentáneamente a los mercados refleja, una vez más, que la economía mexicana tiene un sector exportador grande y potente, y que la sombra del proteccionismo podría afectar de manera negativa el desempeño de toda la economía. Es verdad. Así sería el impacto de tal decisión estadounidense.

Pasado el susto —uno más—, es menester recordar que, ante las amenazas de Trump, debemos estar preparados para lo peor, pero esperar lo mejor. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo prepararnos? ¿Efectivamente Trump llevará a cabo sus amenazas? Una reacción natural ante el proteccionismo es privilegiar el mercado interno, incrementar las clases medias y acelerar la recuperación del poder adquisitivo de la mayoría de los mexicanos. Pero, ¿cómo hacerlo? Parece una propuesta inmejorable… pero tan buena que casi suena hueca.

Pero la historia económica nos dice que sí es posible: resulta que la situación actual se parece mucho al impacto de la Gran Depresión de 1929 en la economía mexicana. El comercio internacional se contrajo y disminuyeron sensiblemente nuestras exportaciones, el tipo de cambio más que se depreció y, por si poco fuera, el gobierno estadounidense deportó a 300 mil personas; a saber, alrededor del 6.5% de la fuerza laboral que hoy serían más de tres millones y medio de personas. Esto suena a lo que podría pasar si Trump cumple sus amenazas.

¿Qué ocurrió en los años treinta? ¿Cómo se recuperó la economía mexicana? Después del primer impacto recesivo, al contraerse nuestras exportaciones y depreciarse el peso —además de una violenta contracción monetaria—, la economía inició su recuperación a mediados de 1932 y logró crecer durante el resto del decenio a 4% anualmente; es decir, un desempeño mucho mejor que el de la economía estadounidense de esos años. ¿Cómo? El gobierno impulsó una política expansionista que aumentó la inversión pública y promovió la privada. Al mismo tiempo, vino un proceso de sustitución de importaciones. La depreciación del peso volvió más costosas las importaciones y la gente reasignó su gasto hacia productos nacionales, que resultaban más baratos que los importados. Así, el mercado interno se fortaleció, aumentaron los ingresos de las familias e inició un largo periodo de crecimiento económico en el país.

¿Puede ocurrir algo semejante el día de hoy? Desde luego. De hecho ya está ocurriendo. La depreciación del peso de alrededor de 45% desde fines de 2014 a la fecha ya está haciendo efecto. De acuerdo con cifras del Inegi, el consumo de bienes y servicios nacionales ha crecido en los últimos dos años a una tasa de alrededor de 3.6% anual, mientras que el consumo de bienes importados apenas ha crecido a una tasa de 1.8% en el mismo lapso. En cuanto a inversión en maquinaria y equipo, la de origen nacional está creciendo a 8.7% al año, mientras que la de origen importado está prácticamente estancada. La gente ya redirige su consumo y, en lo que puede, su inversión, hacia bienes nacionales por ser más baratos. Si a este impacto en la demanda agregamos una recuperación del salario, como se acordó a fines del año pasado, y se busca crear las sinergias de la inversión pública con la inversión privada para aumentar su productividad —como ya ha ocurrido antes—, tendremos una fuente importante de crecimiento económico y bienestar. Si además continúa vigente el TLCAN y la economía estadounidense logra crecer más en el futuro (si es que sucede la expansión en su inversión que Trump promete), tendremos también un sector externo dinámico que complementará la expansión del mercado interno.

No es un sueño guajiro; puede ser una realidad. Necesitamos montarnos sobre la ola de la depreciación del peso que nos empuja hacia el consumo e inversión de lo nacional y, desde ahí, impulsar la inversión y el poder adquisitivo del salario para consolidar el mercado interno.

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