Los mexicanos somos muy dados a imaginar que los problemas nacionales se pueden resolver simplemente con actos de voluntad de los gobernantes. Sin embargo, hay crisis de raíces tan profundas y con aristas tan complejas que no admiten soluciones basadas en el voluntarismo político. Es el caso de la dramática situación que nuestro país está padeciendo por causa de la violencia exacerbada que estamos viviendo y que ya ha dejado su huella en el proceso electoral. El enojo de la sociedad va en aumento y no parece haber una reacción del gobierno.

La elección se acerca a su punto culminante en medio de noticias preocupantes por el aumento en los índices de criminalidad. Se han encendido focos rojos en varias regiones del país. Las cifras dadas a conocer por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública son verdaderamente alarmantes. El número de homicidios dolosos va en aumento. En el primer trimestre del año, se registraron en el país, en promedio, 85 asesinatos por día. Y, lo que es peor, la violencia está tocando al proceso electoral. Un diario de circulación nacional, en su edición del domingo pasado, daba cuenta de que en lo que va del año ya van 105 homicidios relacionados con la política; en 40 de esos homicidios, las víctimas eran precandidatos o candidatos. Los índices de violencia que estamos viendo en esta elección, no tienen precedente. Los vacíos que las autoridades han dejado a lo largo de muchos años, han sido ocupados por intereses ajenos y por las organizaciones criminales.

Pensar que esta crisis sólo ha puesto a prueba el liderazgo de la institución presidencial o del Poder Ejecutivo sería terriblemente ingenuo. Todos los poderes del Estado de cualquier de los tres niveles de gobierno están a prueba. Todos los actores económicos y sociales también. Esta es una prueba para México. ¿Significa esta crisis que el país puede naufragar? No lo creo así. La lucha que México ha dado en décadas recientes ha sido por consolidar una auténtica democracia. Esto significa que deberíamos ser cada vez menos un país de personas y cada vez más un país de instituciones. La sociedad mexicana tiene que estar consciente de que la llegada de un nuevo Presidente no va a resolver de inmediato la situación. Muchos años de abandono y negligencia de gobiernos federales y locales nos han llevado a una crisis sin precedentes. La situación es límite y va a requerir de la suma de esfuerzos de todos los sectores: gobiernos, sociedad civil, organismos empresariales, instituciones académicas, iglesias, en fin, la sociedad toda debe de comprometerse con la recuperación de las condiciones mínimas que se requieren para que podamos vivir en paz. Se tienen que implementar políticas públicas orientadas a la reconstrucción de una sociedad dañada en lo más profundo por años de corrupción y de indolencia. Urge construir los mecanismos en los que cada parte ponga su esfuerzo para recobrar la convivencia civilizada y salir del laberinto en que nos han metido autoridades omisas y corruptas.

Independientemente de quién sea el candidato que resulte ganador en la elección, el próximo Presidente de México va a requerir del apoyo de todos para enfrentar el problema de la violencia y deberá de implementar una estrategia de construcción de la paz que se diseñe de la mano de la sociedad mexicana. Requerimos de un gobierno honesto y firme contra la criminalidad, que dé un golpe de timón para recuperar la esperanza y la confianza ciudadana. Y requerimos también de una sociedad más exigente, más participativa y más comprometida para, juntos todos, acabar con el flagelo de la violencia. La participación de la sociedad, puede y debe convertirse en un catalizador de cambios profundos. Es momento de dar un paso al frente desde las instalaciones de la democracia para ahora sí, entre todos, salvar a México.

Abogado. @jglezmorfin

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