En la prehistoria encontramos pinturas rupestres en las paredes de las cuevas, estas eran hechas en base de pigmentos encontrados en la naturaleza: el negro se encontraba en las ramas quemadas (carbón), el rojo era encontrado en las piedras o rocas de su medio ambiente, los tonos tierra del lodo o arcilla y se aglutinaban con las grasas animales. Los pigmentos naturales, como los ocres y los óxidos de hierro, han sido empleados como colorantes desde la prehistoria. Con el tiempo, debido a la demanda de colores en todos los materiales, los hombres necesitaron conseguir pigmentos menos costosos y fijaron su mirada en los pigmentos vegetales. Debido a la escasez de algunos colores, propiciaron la aparición de los colores artificiales.

No encontramos el color azul representado en las pinturas rupestres; los artistas paleolíticos utilizaban pigmentos derivados del óxido de hierro (tonalidades rojizas y marrones), ya que eran pigmentos fáciles de extraer, mantenían su brillo y su adherencia era muy fuerte sobre las paredes de calcita. El azul egipcio se extraía calentando una combinación de arena, cal, carbonato de sodio y sulfuro de cobre, esto producía un gas azul, del que se extraía un polvo que se aglutinaba para pintar en las paredes de las tumbas de los faraones exclusivamente.

El color azul aparece dentro de las representaciones artísticas hasta Grecia; sin embargo, era únicamente utilizado como pigmento para representar cosas o situaciones que les generaban cierto desprecio, puesto que lo relacionaban con el pueblo Bárbaro. Los griegos lo nombraban como kuanos, pero esta palabra no sólo definía al color azul, sino a las cosas que se alejaban de su canon de belleza o, bien, lo relacionaban con la guerra, siendo un término  genérico, que con el paso del tiempo daría pie a interpretarlo como el origen de la palabra cyan, se extraía de óxido de cobalto y daba tonalidades que variaba entre el azul y el verde.

Los romanos, al igual que los griegos, no poseían un vocablo para este color, de igual forma lo relacionaban a los bárbaros, puesto que lo utilizaban en sus banderas o pigmentación para la guerra, a menudo empleaban glaukos para designar todos colores con tonalidades pálidas o de baja concentración como verdes, azules, y grises debido a que aún no conocían métodos para prolongar su adherencia a las superficies donde se colocaba dicho pigmento;  también ocupaban el vocablo kyaneos para azules que variaba entre los tonos violáceos. Los romanos distinguían claramente el azul del glasto de los celtas y el azul índigo de África, pero ignoraban la naturaleza de este producto, puesto que el azul índigo llega de Oriente en forma de bloques macizos que eran el resultado de machacar las hojas hasta conseguir una pasta.

El pigmento se extendió por medio de las rutas comerciales y fue bien aceptado por los árabes que lo nombraron con el vocablo lazurd, tanto el colorante como la piedra de donde era obtenida. Se piensa que este vocablo también dio pie al nombre de la piedra como lapislázuli. Los pueblos celtas extraían el pigmento azul a partir de una planta llamada glasto (del latín guastum), una planta que crece de forma silvestre en muchas regiones de Europa, donde el colorante  se extraía de las hojas; sin embargo, su extracción requería de días para extraer un color vibrante y capaz de teñir telas.

Su aparentemente fácil extracción y poder de tinte en telas convirtió al glasto en la primera planta de uso industrial y revolucionó el oficio del teñido.

El lapislázuli al igual que el índigo provienen de Oriente, hoy es considerada una piedra semipreciosa; en su estado natural presenta un profundo azul acompañado por pequeñas venas de un blanco ligeramente dorado (pirita de hierro), se creía que eran venas de oro aumentando el prestigio y el precio de la piedra.

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