La estrategia de López obrador en campaña tiene dos vías: el circo mediático, relacionado con el escándalo de la presunta corrupción de dirigentes de oposición vinculados a las reformas de Peña Nieto; y el uso de programas sociales para la “compra” indirecta de votos.

La disyuntiva presidencial consiste en: llevar a cabo una transformación de fondo que cambie radicalmente la situación de pobreza e injusticia que vive el país desde hace más de 50 años; o, continuar con el perverso modelo “neoliberal” que genera y ahonda la pobreza, injusticia y marginación, a través del uso faccioso de los programas sociales.

El camino fácil es “maicear” y comprometer el voto de cuando menos 25 millones de electores en pobreza extrema, a través de los “siervos de la nación” (que cobran en el gobierno y sirven a Morena); o, la vía anticíclica: transformar los programas sociales en palancas de desarrollo, enmedio del contexto empobrecedor de la pandemia.

Esta segunda vía requiere una nueva visión cultural de la pobreza, de la política y de los programas sociales, para atender sus causas, no sólo paliar sus los efectos.

Por principio, los programas sociales deberán ser graduales y temporales —salvo casos excepcionales—; alcanzar metas específicas en tiempos determinados; integrar diversos apoyos, a fin de atender los diversos tipos de necesidades implícitas en las pobrezas; además del dinero líquido: educación, capacitación, dotación de infraestructura, proyectos productivos, equipamiento, construcción de vivienda, salud, regulación de la propiedad, etc., según las necesidades específicas de las familias y de las comunidades, para resolver integralmente las causas de las pobrezas. El éxito de los programas radicaría, en un primer momento, en lograr que las familias sean autosustentables económicamente. Y, en una segunda etapa, que las comunidades generen nodos productivos capaces de satisfacer sus necesidades.

Adicionalmente, la política social debe considerar mecanismos compensatorios como subsidios, transferencias y otras medidas que palien el impacto de las crisis económicas nacionales e internacionales. Además de las políticas públicas que promueven el empleo, reducen precios, elevan el poder adquisitivo, crean oportunidades de inversión, etc.

El cambio cultural se enfoca en reactivar la movilidad social ascendente y la equidad en un modelo que deja de ser triangular (isósceles o equilátero), para transformarse en oval (horizontal), con un muy grueso sector medio, reducidos estratos altos y bajos; y con una menor distancia entre los polos.

Además de priorizar las inversiones en los tres deciles más bajos de ingresos, se requiere invertir en sectores de vanguardia e innovación, con la intención de potenciar la generación de riquezas (tangibles e intangibles), para lo cual se requiere invertir en temas transversales: cultura, educación, ciencia, tecnología, etc.

El desarrollo social no debe ser monopolio gubernamental. Se requiere la participación de instituciones sociales exitosas y probas, dentro de un adecuado marco jurídico, sujetas a auditorías, evaluación y vigilancia por el Coneval.

La disyuntiva política se enmarca en un ambiente de mucho discurso, pobres resultados, una evidente manipulación de la realidad; en un prevalente gasto clientelar con fines propagandísticos y electorales sobre un verdadero compromiso con el desarrollo que en verdad combata la pobreza.

Google News