De los prejuicios nadie se salva, ni quienes se ostentan como demócratas. ¿Habrá prejuicio más idiota que creer que las y los jefes de Estado respetan el Estado de Derecho? En México, probablemente no.

Producto de diversas quejas presentadas ante las instancias correspondientes, el pasado 27 de mayo la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó —contrario a lo que había señalado la Sala Regional Especializada— que el presidente López Obrador había violado la ley electoral al difundir su informe de los primeros 100 días del 3er año de gobierno. El máximo tribunal en materia electoral argumentó que el informe presentado por el presidente de la República vulneraba la norma al difundir propaganda gubernamental cuando ya habían iniciado las campañas electorales en 6 entidades (Campeche, Colima, Guerrero, Nuevo León, San Luis Potosí y Sonora); estados en los que, por cierto, la contienda se vislumbra compleja.

El tema no paró ahí. El 28 de mayo, la Comisión de Quejas y Denuncias del INE ordenó al presidente abstenerse de difundir propaganda gubernamental en las mañaneras hasta pasado el 6 de junio. ¿En qué se basó? En que en al menos 29 de las 36 comparecencias matutinas incluidas en la queja, el presidente hacía propaganda gubernamental. El dato no es menor, el INE encontró que en un total de 469 minutos —casi 8 horas— el presidente emitió afirmaciones que podían influir en las preferencias electorales de la ciudadanía.

El hecho tiene diversas aristas; me permito referir solo tres. Primero, la intención: influir en la ciudadanía a toda costa; incluso, violando abiertamente la ley para favorecer a su partido. Estamos hablando del jefe del Estado Mexicano no del presidente de un partido. Segundo, mentir por consigna. De acuerdo con la consultora SPIN, al 31 de mayo, el primer mandatario había emitido 53,773 afirmaciones no verdaderas. ¿Cuánta de la información que el presidente emite cada mañana es cierta? ¿Qué implicaciones tiene el uso de esa información? En términos concretos, ¿qué resultados tendremos —en cualquier ámbito— si nos basamos en información imprecisa o francamente falsa para tomar decisiones? Seguramente desastrosos. Tercero, el uso de recursos públicos. Hace meses el presidente afirmó que ningún mandatario en el mundo dedicaba tanto tiempo como él a la seguridad; la afirmación es debatible, especialmente a la luz de los resultados, pero lo que sí parece ser cierto es que nadie dedica tanto tiempo como él a adoctrinar a la ciudadanía. ¿En qué podría haber empleado el presidente los 4,200 minutos (más de 70 horas) de conferencias mañaneras verificadas por el INE?

Hoy es el último día de campañas —al menos, las de partidos, candidatas y candidatos. Esperemos que, al menos durante el resto de la semana, el presidente López Obrador nos permita reflexionar —sin su guía, por supuesto— sobre lo que hemos visto, vivido y escuchado a lo largo de estos meses. Bien haría en concedernos la mayoría de edad como ciudadanas y ciudadanos, en aceptar que no requerimos de su tutela para tomar decisiones; esa es la función de un líder democrático. El resultado de esta elección no dependerá de los actores ni los errores del pasado sino de las acciones de quienes hoy toman las decisiones. Aceptar el resultado de una elección muestra la estatura moral de quienes dicen representarnos.

Twitter: @maeggleton

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