Percibo una hermosa orquídea en sus 20 primaveras con salud endeble y espíritu indomable. Me atrajo y convoca su prístina y enorme inteligencia, a más de una gran belleza. Feminista para la etapa que le tocó vivir y ejemplo para quienes hoy, bajo esta etiqueta pululan por doquier. Sor Juana cubrió su cuerpo con los hábitos de Las Hermanas de San Jerónimo bajo el cual, adivino un corpóreo blanquecino, firme su piel; par de volcanes frontales coronados con las más delicadas y hermosas rosas; oculto su sexo; sol negro sin entrega, semilla sin fruto, lo mejor de ella era su inteligencia. En parte alguna escribió: “Éste que ves, engaño colorido, que del arte ostentando los primores, con falsos silogismos de colores es cauteloso engaño del sentido; éste en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores y venciendo del tiempo los rigores triunfar de la vejez y del olvido: es un vano artificio del cuidado; es una flor al viento delicada; es un resguardado inútil para el hado; es una necia diligencia errada; es un afán caduco; y, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.

En su estudio: “Hacia una poética del silencio, Sor Juana Inés de la Cruz”, Gonzalo Celorio escribe: “Admirada hasta el arrobamiento por sus contemporáneos, pero también por ellos execrada; repelida por los poetas y eruditos neoclásicos que vieron en el barroco los signos de la corrupción y de la decadencia; olvidada por los liberales que de un plumazo borraron de nuestra historia patria la época del virreinato; beatificada por los conservadores que advirtieron en su condición de religiosa vislumbres místicas y en su muerte los atributos del martirio y de la santidad, sor Juana Inés de la Cruz no fue bien leída ni bien valorada hasta ya entrando el siglo XX, con los estudios de Pedro Henríquez Ureña, Manuel Toussaint, Ermilo Abreu Gómez”. ¿Para quién sería el poema? “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba. Y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía, pues entre el llanto que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba. Baste ya de rigores, mi bien, baste; no te atormenten más celos tiranos, ni el vil recelo tu quietud contraste con sombras necias, con indicios vanos pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos”. (Continuará)

Especialista en Derecho del Trabajo, 
Certificado por el Notariado de la Unión Europea

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