Hace apenas un par de días, tuve la oportunidad de leer en la revista Domingo de El Universal, la página que escribe Alberto Ruy Sánchez bajo el título de “Viajar es enamorarse despacio”, donde habla  de esa manera que los lugares que conocemos nos cautivan y se meten en nosotros a través de todos los sentidos. Como el conocer, enfrentar lo inesperado y realizar un viaje transforma nuestra existencia y concluye: ¿Cuantas veces en la vida se puede uno enamorar de un lugar, el mismo o distinto?, reconociendo de las ciudades bien amadas, pero sobre todo activamente amantes.

Comparto plenamente con él ese afán de ser cautivado por los espacios que uno conoce, pero reconozco, en casa,  el privilegio de amar mi ciudad y ello me invitó a reflexionar sobre como es que ha sido todo este romance mío con Querétaro. Pudiera parecer obvio que nacer aquí sea el primer argumento, pero no es así, las ciudades se aman a fuerza de conocerse y de la forma como te van enamorando y las mujeres no me dejarán mentir, pues bien que saben lo suyo en este tema. Así que, como el título de hoy, por qué te quiero a ti, sigo la letra de la canción de Serrat y digo: cerré mi puerta una mañana y eché a andar.

Recuerdo de niño, salir al balcón a esperar a mi hermana que vivía lejos y llegaba de visita con los primeros nietos de mis padres. Salía entonces y colocaba un pequeño banco y esperaba a que llegaran. Mi madre, hábilmente, nos invitaba a esperar cuando faltaban un par de horas a su arribo y entonces era una larga espera que siempre fue felizmente recompensada. En esa espera comencé a escuchar sus ruidos, sus sonidos y a apreciar sus tardes cuando el sol, pasaba del orgullo a la humildad y acariciaba sus calles y piedras.

Luego esas aventuras de tarde a los jardines y ver las parvadas de aves que, aunque fueran una molestia para muchos, para nosotros eran una alfombra viva que cambiaba de forma en el vuelo y se posaban en los árboles del jardín Guerrero con un ruido tremendo y el enorme riesgo para cualquier transmute que se atreviera a cruzar por debajo de los mismos. Sin embargo eran parte de la ciudad, como lo son sus templos y jardines que desde la azotea de lo que fuera La Ciudad de México, podía uno dominar en el paisaje de un Querétaro que no llegaba más allá de un puñado de cuadras y barrios.

Yo no me daba cuenta, pero desde entonces la ciudad me sonreía y acariciaba con su clima, sus olores, sus sabores y esos sonidos tan suyos en las campanas, los voceadores, el afilador, los taqueros y más. Yo me dejaba querer. Crecí y entonces la comencé a verla crecer también y a perder esa inocencia marcada por el león de las nueve y por esa tranquilidad que poco a poco iba siendo menos, sobre todo, en el centro de ciudad misma. Pero junto con ello, comenzaba a verle otros atributos que sacudían mis sentidos. Las salidas con los amigos y compañeros para conocer una ciudad que nos ofrecía aquellas tardes y noches de fiesta que fueron forjando anécdotas y recuerdos imborrables.

Resulta, como son las cosas, que un día me gusta la fotografía y entonces la comienzo a ver con una mirada distinta y con luces y colores que inevitablemente seducen a cualquiera que se regale la oportunidad de salirse de sus pensamientos y observe sus amaneceres y atardeceres maravillosos. Los edificios y construcciones se visten de fiesta de luz para nuestro disfrute a pesar de la indiferencia que muchas ocasiones mostramos por estar en otros asuntos.

Comencé a conocer un poco más de su vida y sus eventos, de sus templos, casonas, calles, y espacios para disfrutarlos. Ella está ahí, su gente es su sangre y su vida, muchos para su bien, son el corazón de esta ciudad acogedora. Pero debo confesarles que me enamoré y nos dimos el primer beso, un domingo de madrugada que salí a recorrerla apenas el año pasado cuando de golpe me sentí aquel niño en el balcón que veía una ciudad quieta y tranquila. Los domingos muy temprano le damos la mayoría de sus habitantes la oportunidad de que descanse de nosotros y se relaje para mostrarse como una mujer enamorada. Ese día hacía un poco de fresco y el cielo mostraba esas nubes rasgadas por el viento como si me dijera celoso que nos había visto juntos. No pude evitarlo, perdí el control y sucumbí a sus encantos.

Me queda claro y debo reconocer que nunca fue ni será monógama, esta ciudad tiene un enorme corazón de condominio y sin que me lo diga, sigue enamorando a mucha gente a pesar de que en ocasiones le cambie el carácter y nos muestre su lado duro con el propio clima y el tránsito vehicular que le va haciendo daño sin que nos decidamos a buscar una solución integral al mismo.

A pesar de todo, la entiendo y sigo irremediablemente enamorado de ella y de las muchas cosas que aún me falta conocerle. No llevo prisa ni urgencia, prefiero esos momentos de nuestra intimidad que me regala de vez en vez. Se los recomiendo, enamórense de esta ciudad, en el Querétaro nuevo, que deseamos conservar.

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