A más de uno ha tocado esa temible escena, cuando estás acomodado en el asiento del avión y de pronto ves a un “pequeño querubín” en los brazos de su madre sentarse a un lado o justo detrás de ti,  pero desde luego que ese no es el problema. El diminuto inconveniente es que llora, ¿llora?, “llorar es poco”, brama, se retuerce a tal grado que te hace pensar incluso que “la madre no es la madre”, quizá por tal razón no logra consuelo. Además de que no es el único, ¿saben si el llanto se contagia?, ¿tiene hambre?, ¿se ha hecho popó?, ¿es que los padres no saben calmar a su hijo?

Lo que relato, lo  viví hace poco; en mi caso, no tengo problema con los bebés a bordo, pero sí me ha tocado presenciar que muchos pasajeros se estresan con tan sólo ver a uno por los pasillos, aún cuando esté tranquilo. Y lo peor es que en el caso que les cuento, la pareja iba en asientos distintos y el padre era el más estresado, trataba de calmar a su hijo a distancia. Según los especialistas, los niños lloran cuando sienten dolor, tristeza, frustración, temor, están enojados, tienen hambre, miedo o cuando no pueden expresar lo que sucede, es una respuesta a situaciones que no pueden resolver. A mí parecer, lo primero que debemos entender cuando comenzamos a perder la cabeza o a querer soltar alaridos y lágrimas  mimetizándonos con el pequeño, es que nadie sube a un niño a un avión para fastidiar al de a lado, y tampoco los bebés lloran en los aviones sólo por diversión, “lloran porque les duelen los oídos”, aunado a que tienen que quedarse como “las estatuas de marfil”, quietos, en la misma posición,  si bien les va una hora o hasta llegar a su destino.

Pero existe una razón por la que  un bebé llora en el avión y no, no es porque los padres no sepan educar a sus hijos, ni porque sean malcriados, quieran llamar la atención o necesiten una nalgada. La razón es porque no pueden contener el equilibrio de la presión del oído medio,  y que  la trompa de Eustaquio (un pequeño tubo que conecta esa zona con la garganta y que está detrás de la nariz) no funciona de la misma manera que en los adultos. Para hacernos una idea, este tubo es el encargado de controlar la presión en el oído medio, de tal forma que se iguala con la presión del aire de afuera del cuerpo. La trompa de Eustaquio está cerrada la mayor parte del tiempo y sólo se abre cuando bostezamos, masticamos o tragamos, permitiendo de esta manera que el aire atraviese el puente que hay entre el oído medio y la garganta. Si la presión atmosférica cambia de repente, el oído se tapa. Los adultos somos capaces de tragar o bostezar para eliminar esa sensación, pero ellos no, la presión es más problemática cuando los aviones comienzan a descender, así que si los bebés lloran al final del viaje es incluso más común.  Los aviones actuales están presurizados hasta cierto punto, pero continúan los cambios  de presión de aire con respecto a la tierra cuando se vuela a 30.000 pies de altura.

Así las cosas queridos lectores, si alguna ocasión pasó por su cabeza una de estás premisas o cuestiones, ahora ya saben la respuesta, y si tienen algún consejo o  algún as bajo la manga, compartan con los padres, que seguro será por el bien de todos los pasajeros.


*Periodista y conductora
Premio Nacional de Locución otorgado por la ANLM
Twitter @NatividadSanche

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