Otra vez, como ha ocurrido desde hace 15 años, o un poco más, regresamos a discutir algo llamado “reformas estructurales”. Y otra vez hay un grupo que quiere que ocurran, otro que quiere impedirlo, y una inmensa mayoría silenciosa en medio.

Quienes se oponen insisten en que no es necesario hacer reformas estructurales. Para ellos, los problemas de México se resolverán cuando sean otros los que estén en la Presidencia. Y como PRI y PAN ya han estado ahí, se deduce que se refieren a la izquierda, aunque pronto tendrán que decidir entre PRD y Morena.

México construyó durante el siglo XX una estructura económica que en la literatura económica se denomina “capitalismo de compadrazgo”, en inglés crony capitalism. Se trata de algo que parece capitalismo, pero que en realidad es una economía cerrada en la que ciertos grupos extraen rentas a la mayoría de la población. Esos grupos pueden saquear a los demás porque son el sostén político del gobierno. Ese es el compadrazgo al que se refiere el nombre.

Las economías cerradas, en las que sólo a unos cuantos se les permiten ciertos negocios, siempre llevan a lo mismo, al estancamiento y a la desigualdad. Eso fue lo que destruyó el gran cambio en el mundo civilizado a fines del siglo XVIII e inicios del XIX, y que nosotros nunca tuvimos. Acá hemos mantenido cerrada nuestra economía en beneficio de unos cuantos desde siempre. Con las culturas precolombinas, con el imperio español, con nuestro colonialismo interno, con el porfiriato y con el régimen de la Revolución.

De hecho, la corrupción a la que muchos achacan todos los problemas de México es una parte consustancial de esa estructura económica. Vender puestos de gobierno, utilizar los recursos públicos como propios, cobrar comisión por cumplir con el trabajo son cosas que ocurrieron en todos esos periodos a los que me refiero, y posiblemente tuvieron su mínimo en el porfiriato. No cabe duda que el régimen de la Revolución significó un incremento en estas actividades, que de hecho servían para esa relación de compinches a que me he referido. Entonces, cuando los que estuvieron cerca del poder hace 40 años acusan que hoy hay corrupción, más vale no oírlos. Será que ya no les toca como antes, aunque han hecho esfuerzos por compensarse.

Las reformas estructurales significan eso: romper el modelo de concentración de las rentas en unas pocas personas. Para ello hay que abrir la economía (como se empezó a hacer con el TLCAN) y hay que eliminar los resquicios legales que les dan esas rentas. Quitar las restricciones que la ley tiene para que cualquiera pueda participar en cualquier tipo de actividad económica. Y hay que aplicar la ley a todos de manera pareja.

La reforma de competencia y de telecomunicaciones fue para eso, y hay que cuidar que se aplique lo más pronto posible (empezando por el apagón analógico, con urgencia). La reforma financiera es el mayor avance en Estado de derecho en mucho tiempo. Hay que liberar la educación de los malos sindicalistas y de los pésimos funcionarios que la han destruido. Y hay que liberar el sector energético, del que depende todo el desarrollo futuro del país.

Los cuentos del “petróleo es nuestro”, del “sin maíz no hay país”, y tantos otros similares son para mantener a los mexicanos en el nivel de infantes en que los educó el nacionalismo revolucionario. Niños que necesitan un padre que los guíe y que decida por ellos. Ese padre que es el caudillo, se apellide Cárdenas, se llame Andrés Manuel, o tenga otro nombre. Transformar la estructura económica de México es apostarle a la madurez y abandonar esa infancia irresponsable en que hemos vivido por tantos años. Veremos si queremos ser adultos y decidir solos.

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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