La vorágine de la vida actual, de esa cotidianeidad que cada uno vivimos o nos procuramos, se ha convertido en algo avasallante. La agenda laboral, la atención de la familia y sus naturales compromisos, el tiempo, poco o mucho, que se pueda dedicar al cultivo personal a través de los pasatiempos, la actividad deportiva o el simple esparcimiento, en verdad pueden llegar a justificar un nivel de estrés y atención o desatención, como quiera verse, que pueden determinar en qué medida uno se “entrega” a cada aspecto o parte de esa vida auto generada.

Según los grandes gurús de la administración y gestión del talento, el nivel de interés y contribución, que cualquier trabajador de una organización pueda llegar a desarrollar está estrechamente relacionado con su nivel de involucramiento, con su percepción de aporte y nivel de influencia en su organización, con el apoyo que él o ella perciban hacia sus iniciativas,  y con el involucramiento a nivel de acompañamiento que reciba y le permiten aportar sus compañeros de trabajo, subordinados y hasta sus propios jefes directos.

Esta semana #DesdeCabina rebotó en mi cabeza la pregunta con que se titula esta aportación, ya que, a lo largo de mi vida profesional, me he encontrado con una multitud de colaboradores, compañeros ejecutivos e incluso funcionarios, que dan poco, que solo pasan por las posiciones, atienden responsabilidades o gestionan lo mínimo indispensable para sobrellevar el espacio temporal que les ha sido otorgado. También me he encontrado otros que arrancan como en carrera parejera, pero que, ante el menor atisbo de dificultades, se amilanan, o apoltronan en una zona de confort y operación disminuida que poco aporta.

Sin que la anterior aseveración pueda ni deba generalizarse, considero igualmente que todos hemos pasado o podríamos pasar por este tipo de “crisis” de participación, o involucramiento dentro de alguna organización; quién no se ha sentido desanimado cuando los trámites burocráticos, el echarse a cuestas un departamento a pesar de todos y todos, cuando se tiene que sobre llevar (por no decir soportar) a un colaborador o jefe directo complicado o hasta grosero, el proponer y ver rechazadas una y otra vez iniciativas que irrumpen la tranquilidad de la operación “natural” y “exitosa” de una organización, que nos desilusionan y nos hacen voltear hacia la salida, hacia el abandono del involucramiento, hacia la tranquilidad del “para que le muevo, si nada va a cambiar”, “para qué me involucro, si mis ideas no van a tener eco, si mi trabajo e iniciativas no son bien vistas”, para qué alzar la mano si todo seguirá igual.

Hoy, que mis habilidades gerenciales siguen en pleno desarrollo, reafirmo la importancia de construir o transformar organizaciones que den mucho, con arquitecturas organizacionales flexibles y enfocadas sí en el “Core” del negocio, pero con un amplio y bien definido soporte en el talento y desarrollo de su personal; con una madurez que les permita voltearse a ver y reinventarse permanentemente; con un nivel de satisfacción para todos los que colaboran en ella, que más allá de ser aspiracional y “certificable”, se convierta en un vehículo para el desarrollo de cada uno de sus colaboradores.

@Jorge_GVR

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