Me gustaría poder describir una historia en la que, producto de grandes ejemplos de política pública, como aquellas que países europeos o incluso sudamericanos -para qué ir tan lejos- han instrumentado desde hace décadas, nuestro país alcanza logros reconocibles mundialmente, no solo a través de “héroes” individuales en un amplio sentido de la palabra.

En verdad me encantaría que en algún momento de mi carrera pudiera narrar, ya no digamos atestiguar o vivir de cerca esos casos de los que mucho hemos hablado y añorado aquellos que vivimos al sector aeroespacial mexicano desde hace bastantes años. Pero no es así, en esta ocasión, una vez más, no podré hacerlo. Lo que sí compartiré sin duda es el orgullo que para muchos -por su puesto me incluyo- representa el que un proyecto que ha tenido un gran liderazgo, diversos actores, por no decir patrocinadores, desde hace poco más de un lustro, pudiera finalmente materializarse y despegar, en esta nueva etapa de la historia aeronáutica de nuestro país.

Me refiero más propiamente al vuelo del Halcón (H2) de la empresa Horizontec, cuyo dueño y principal socio y promotor logró, después de años de gestión, pruebas y hasta accidentes que pudieron costarle la vida, que su avión, despegara desde un aeródromo en el vecino estado de Guanajuato el pasado 4 de julio. De eso se trata esta reflexión semanal #DesdeCabina, de entender que aquello que nos apasiona, que nos mueve y que nos hace en ocasiones hasta querernos jugar la vida por lograr lo que nos propongamos, se vea finalmente en vuelo literalmente.

Sin embargo, la experiencia del Halcón 2, no es la primera que vive nuestro país en los últimos veinte años (para no remontarnos al siglo pasado). Hace más de una década, ya surcaba los cielos de San Luis Potosí, en la misma categoría de aeronaves deportivas ligeras LSA (Light Sport Aircraft, por sus siglas en inglés), el Stela M1 de la empresa AeroMarmi, un monomotor biplaza de ala alta (a diferencia del H2 que es de ala baja) con el mismo propósito, servir las funciones de adiestramiento básico de pilotos, aviación deportiva y vigilancia. Ambas aeronaves adaptadas de diseños extranjeros y con mejoras sustanciales, desarrolladas por ingenieros y técnicos mexicanos, en tren motriz, estructuras y trenes de aterrizaje, entre otros. El Stella fue un ejemplo más de que, cuando -insisto- se carece de política pública de largo plazo, los proyectos pueden despegar, pero no continúan volando. El momento del país y de la industria aeroespacial eran otros.

Hoy, que la madurez del sector, desde el punto de vista industrial, gubernamental y académico son sustancialmente diferentes, es que se avizora un futuro prometedor para la industria aeroespacial nacional, esa que considera productos aeronáuticos con gran participación del diseño y fabricación nacional, con alto contenido y valor añadido desde el producto o al proceso. Ese es el despegue y vuelo permanente que queremos todos.

Me emociona haber participado igualmente desde varios ámbitos, en el vuelo del Halcón, me entusiasma que todos los niveles de gobierno acompañen iniciativas arrojadas y con amplio sentido técnico; que la industria, con sus diversas representaciones respalde a los emprendedores y sobre todo que trabajemos -lo digo en plural- con mayor entusiasmo aún en la construcción de ese delicado tinglado, llamado política industrial, económica y educativa que soporte este vuelo y los muchos por venir de esta industria aeroespacial mexicana que sigue volando y que quiere hacerlo aún más alto.

@Jorge_GVR

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