El fracaso neoliberal resultó de hacer del egoísmo, del desinterés por los otros un “valor” y una práctica social. La globalización, su propuesta más acabada, prefirió el “descarte social” de los vulnerables, la no inclusión de los países pobres en su proyecto. Frente a esta realidad la izquierda latinoamericana (encabezada por Cuba y Venezuela) planteó como camino el populismo, la nueva izquierda, que en lugar de ofrecer alternativas para un mundo más justo y progresista, optó por el resurgimiento de los nacionalismos cerrados, resentidos, contrarios a la solidaridad internacional, bajo el argumento de la defensa de los intereses nacionales.

Mientras los grupos “aceleracionistas” se niegan a combatir el neoliberalismo y prefieren seguir en él para, aplicando la consigna de Marx, acelerar las contradicciones del supercapitalismo hasta arribar al estadio superior, el socialismo, la nueva izquierda latinoamericana apostó a confrontarlo, arrebatándole la mayor cantidad de gobiernos del continente.

Penosamente este bloque carece de proyecto de futuro. Está instalado en el idealismo socialista del pasado, en la idea de que sólo los estados totalitarios pueden lograr el progreso y el bienestar de sus gobernados. Para ello requieren un poder y control central al que nada ni nadie pueda escapar, como en China.

En este no caben quienes aspiren a mejores condiciones de vida, a gozar de la riqueza generada por su iniciativa porque esta provoca polaridad social; no cabe una vanguardia científica y tecnológica al margen del estado y al modelo cultural único que es incapaz de conciliar a los opuestos y favorece la confrontación entre ellos. En lugar de conciliar los opuestos (ricos y pobres) mediante la solidaridad y subsidiaridad social, para lograr un progreso más justo y equitativo, los enfrenta arrebatando a unos lo que tienen para igualarlos en la mediocridad, vulnerabilidad y dependencia. Esta ideología es tan miope y miserable que es incapaz de conciliar, en el presente, al pasado con el futuro, a enriquecer los valores propios con los ajenos.

El populismo es una ideología funcionalista y pragmática, carente de doctrina, de principios y valores; contraria a la democracia. Es una nueva forma de colonización cultural que se fortalece polarizando a la sociedad, manipulándola, dividiéndola, debilitándola, sembrando la desesperanza y la desconfianza en ella con el argumento de defender los valores nacionales. Su propósito no es conquistar y sumar voluntades, sino aniquilar a los que piensan diferente. La solidaridad social es impensable, contraria a la esencia misma del sistema que se fortalece con la sumisión de sus gobernados. El “nosotros” deja de ser unidad diversa para convertirse en manada, en masa informe.

Para el populismo la prioridad no son las personas, no son los pobres, sino los objetivos del estado. Los descartables, los no nacidos, las personas con discapacidad, los ancianos, los enfermos, como en el neoliberalismo, son una carga que requiere aminorarse porque no aportan y sí cuestan. La pandemia desnudó la insensibilidad y el desinterés del Presidente y de la 4T por los enfermos, particularmente por los niños.

Ningún país de este bloque es potencia económica ni ejemplo de justicia, progreso y bienestar, por lo que sin duda la apuesta de la 4T, si no corrige, es al fracaso histórico. Este bloque es una mafia de tiranos resentidos y egoístas, no de demócratas.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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