Malhumorado, el subdirector salió de la junta vespertina que sostenía diariamente con el director para definir los contenidos de portada y llamó a su oficina al editor de ciudad y provincia.

—Los fotógrafos están muy enojados con usted. Y tienen razón. No es posible que de todo el material que le entregan diariamente, usted sólo publique dos o tres fotos.

El periódico cuyo lema original había sido “Para usted, que sí lee”, y que en sus inicios había refrescado el  panorama de la prensa nacional, se encontraba en su tercera encarnación y el nuevo director quería hacer un diario más comercial, con más peso en el aspecto gráfico. (Tan sólo unos meses antes, el director fundador había partido a un exilio dorado en Europa, luego de que  el gobierno federal le había entregado un millón de dólares a cambio del rotativo.)

—Señor, en estos días la información ha sido abundante. Sólo tenemos tres planas de ciudad y dos de provincia. ¿Por qué no aumentamos las páginas? Con un par más…

—Imposible, cortó el subdirector. Usted sabe bien que no tenemos presupuesto para eso. El dinero no es de plástico para poderlo estirar a nuestra voluntad, carajo.

–De acuerdo… voy a tener que meter menos notas, que editar aún más las que publique…

—Hágale como quiera, pero quiero más fotos en esas planas…

Al cabo de un mes, el subdirector volvió a llamar al editor a su oficina. En la televisión, a todo volumen, los Atléticos de Oakland y los Gigantes de San Francisco jugaban la Serie Mundial de beisbol. El subdirector bajó el volumen del aparato televisivo y comenzó con una regañina  sorpresiva y  absurda. “Los reporteros y los corresponsales están muy enojados con usted”.

—Conmigo, y ¿por qué?

—No mete sus notas, las recorta demasiado…

—Es que usted…

—… Imagínese la labor de un reportero, levantarse a cubrir un desayuno a las 8 de la mañana; luego una conferencia de prensa a las 11; otra, una hora después; una comida a las 2… Son seis, siete coberturas diarias para que usted deje fuera más de la mitad del material… No se vale.

—Señor, hace algunas semanas usted me comentó que quería más imágenes en las secciones…

—¿Y eso que diablos tiene que ver?

—Para poder publicar más imágenes, usted lo sabe bien, es necesario editar más las notas, ser más rigurosos en la jerarquización… dejar fuera la información menos relevante…

—Pues con quien cree usted que está hablando, recuerde que le llevo más de 40 años de experiencia… No desvíe el asunto principal con esas lecciones para párvulos, y, le reitero, trate de equilibrar los materiales, exclamó iracundo el subdirector, quien en efecto no sólo era fundador de ese diario ubicado por los rumbos de Mixcoac, sino que había desempeñado durante muchos años un papel relevante en la mesa de redacción de su antecedente directo: el periódico que sufrió un golpe presidencial durante el sexenio de Luis Echeverría.

—Está bien, señor, sólo recuerde que no contamos con mucho espacio…

—No insista. No vamos a aumentar las planas. El diario pasa por momentos delicados y, ya le dije, el dinero no es de plástico.

El editor se vio en una disyuntiva. Entre material de reporteros y corresponsales recibía diariamente entre 70 notas y 20 fotografías. Y sólo contaba con cinco planas de formato tabloide un poco más alargado que el berlinés. Sin embargo, trató de equilibrar los materiales periodísticos. En ocasiones publicaba más notas y menos imágenes; a veces, menos texto y más fotos.

Pasaron dos, tres meses. El subdirector salía de la junta vespertina, elaboraba la portada, ahí en la mesa de redacción, y después se retiraba a su oficina. Ni una palabra sobre su trabajo. Algunos días estuvo tentado a preguntarle que le estaba pareciendo la edición de las páginas. Sin embargo, el subdirector era a menudo tan áspero, tan cortante, que no se atrevió a plantearle la interrogante. Cuando el editor más confiado se encontraba, el directivo nuevamente lo llamó a su oficina. Esta vez practicaba el deporte del zapeo con la televisión en silencio. Sin voltear a verlo, le recriminó:

—Oiga, ¿no le he dicho que los fotógrafos están de nuevo molestos con usted?

Era demasiado. El editor respondió de mal modo:

—¿A qué viene eso?

—¿Cómo que a qué viene? No respeta el trabajo de sus compañeros. Le entregan diariamente material fotográfico de calidad, y usted no publica prácticamente nada. El subdirector ya había volteado, quizá sorprendido por la reacción nunca esperada.

Sin embargo, la paciencia del editor había llegado a su límite.

—Sabe una cosa, señor subdirector…

—Ahora con qué me va a salir, respondió retador mirándole a los ojos.

—Las planas no son de plástico para poderlas estirar a nuestra voluntad… y tampoco la paciencia… Renuncio en este momento, dijo el editor, quien salió de la oficina ante la sorpresa del directivo quien no atinó a pronunciar palabra alguna.

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