Fuego en los ojos. Mirada de fuego. Eso significan las raíces latinas de la palabra piropo. A veces no es una llama solitaria sino un incendio destructor, sobre todo si viene de un grupo de hombres y ataca a una adolescente.

Tenía trece años y caminaba a la escuela con mi hermana. Teníamos que pasar por una larga calle con casas en construcción. Los albañiles salían a la calle, a ver quién nos lanzaba el piropo más atrevido. Las niñas, estudiantes de secundaria, no teníamos otro remedio que bajar al arroyo, esquivando los vehículos de los vecinos.

Para esos tipos, siempre en grupo, nosotras no éramos personas conocidas. Jamás tendríamos que cruzar nuestros caminos otra vez.

Eso les daba la seguridad para acercarse y gritar todas las obscenidades que pasaran por su mente, sabedores de que no responderíamos a su provocación. En esos momentos, ellos eran una manada de bestias. Nosotras, las presas asustadas.

No estoy exagerando. A lo largo de muchos años, diferentes hombres, solos o en grupo, me dijeron frases tan atrevidas, me hicieron propuestas tan cargadas de majaderías, que me ofendieron a un nivel profundo. Algunas maestras —entre ellas, varias monjas—, hacían girar el péndulo de la culpa y lo apuntaban hacia nosotras. A su juicio, éramos quienes habían provocado la lascivia, por caminar cerca de ellos. ¿Llevábamos la falda demasiado corta? ¿Usábamos vestidos con escote revelador? ¿Los retábamos con la mirada?

Nada de eso: nos moríamos de miedo. Al llegar a la escuela, me sentía a salvo, como un pequeño ciervo que escapa
 del león.

Una jovencita no puede evitar que su cuerpo se llene de curvas. Es un dictado de la biología. No puede quitarse el cuerpo y dejarlo colgado en el guardarropa antes de entrar a un espacio público. No puede controlar la atracción natural que otros sientan por ella.

Pasaron muchos años antes de que yo pudiera hablar de esta experiencia denigrante. Las niñas de mi generación nos hemos convertido en abuelas. Las chicas de ahora tienen la valentía de enfrentar el acoso. El movimiento #MeToo ha puesto en el banquillo de los acusados a los poderosos como Harvey Weinstein, que hicieron uso de su fuerza para exigir contactos sexuales a cambio de un empleo. Más de medio millón de mujeres con influencia —y miles de varones— crearon esta ola en las redes sociales, que al romper frente a las rocas hizo trizas cientos de carreras exitosas.

La poesía ofrece una opción muy superior para halagar a una mujer. Pablo Neruda abre su libro, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, con el “Poema 1”:

“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega. / Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar al hijo del fondo de la tierra. // Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros, / y en mí la noche entraba en su invasión poderosa. // Para sobrevivirme te forjé como un arma, / como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda. // Pero cae la hora de la venganza, y te amo. // Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme”.

El escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez ha publicado varios libros de poesía y prosa dedicados a describir las sensaciones que brotan en la piel de los amantes. Describe así el deseo:

“Desde el lado obscuro de tu piel / me iluminas. // Déjame ser el lobo / —sombra de sed y perro y hambre— / que entra en la noche / de tu cuerpo / con pasos húmedos, / titubeantes, / por tu bosque incierto —tu olor a mar me guía / hacia tu oleaje / para tocar adentro / la luna creciente / de tu sonrisa”.

Francisco Hernández, poeta veracruzano, alza la voz en defensa de los hombres que no se unieron al grupo depredador. Su pieza “Machismo” dice:

“En la escuela me excluyeron de un grupo / por no ser diestro, después me sentaron aparte / al preguntar el porqué de algunas cosas, / me tacharon de blasfemo por mis dudas / me ataron a diez nombres diferentes / por practicar la honestidad y la locura. / Se atrevieron a decirme maricón / por no respetar las reglas de la manada / y por amar tan solo a una mujer / y no patearla, por escribir poemas / en vez de perseguir balones o encestar, / por cuidar de la flora y de la fauna / y todo lo que tiene vida, / y estuve a punto de escribir en otro estilo / par

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