Si el 2021 marca un nuevo tiempo, tenemos entonces la oportunidad para imaginar una perspectiva educativa distinta. ¿Qué tipo de educación queremos promover para construir una mejor sociedad y formar mejores ciudadanos?

De entre todas las lecciones que nos ha dejado la pandemia, sobresale una. Pese al poder que algunos acumulan, los seres humanos seguimos siendo profundamente vulnerables. Sobrevivir depende más del avance científico (véase el desarrollo de las vacunas) y de nuestra acción responsable (aislamiento, uso correcto del cubrebocas, sana distancia) que del plan de determinados gobiernos. Es entonces un buen momento para reafirmar, fuera del salón de clases, el valor de nuestra existencia, entender el mundo que habitamos y revisar con detenimiento la actuación de los gobiernos que elegimos.

En México, el 2021 va a ser un año de intensa actividad política debido a las elecciones intermedias del 6 de junio. Según el Instituto Nacional Electoral (INE), se renovará completamente la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas —entre ellas, la de Querétaro—, 30 congresos locales, mil 900 ayuntamientos y juntas municipales. Casi 95 millones de ciudadanos podremos participar en este ejercicio cívico. ¿Qué función cumplirá la educación durante este periodo de intensa actividad política? ¿Mostraremos que algo hemos aprendido dentro —y fuera— de la escuela o reproduciremos las conductas que tanto rechazamos de las y los políticos?

2021 nos brinda la oportunidad de reflexionar que las diferencias ideológicas, políticas —y de políticas— son eso y no deben escalar a un nivel de “conflicto existencial”, para usar las palabras de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias. La polarización de estos últimos años refleja una conducta profundamente antieducativa. Esto es porque se trata de forzar la realidad a lo que un personaje poderoso cree para su conveniencia. Ante este escenario de encono, la educación de México tendría que enseñarnos a identificar tal limitación y prevenirnos de elegir erróneamente a nuestros representantes populares.

La hora de la educación podría llegar este 2021 si dejamos de asignar etiquetas facilonamente para empezar a cuestionar, con fundamento, el proceder de los distintos gobiernos. Es importante para ello observar la eficacia de los distintos programas y políticas educativas más que acurrucarse en denominaciones simplistas que poco explican, pero cuyas decibeles alcanzan bien el tono del oficialismo.

La educación está más cerca de la perspectiva humanística que la política. La primera nos enseña, por medio de la razón, a convivir y respetar al que piensa distinto, a juzgar con fundamento y a no mentir frente a los hechos de la realidad. Con educación, podemos discutir de sana manera y construir así una mejor perspectiva educativa. De eso trata precisamente esta columna. Feliz año y continuemos el debate por una mejor educación, una construcción ciudadana más amplia y un país justo y democrático.

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