Hay lugares en las ciudades que aprenden, con el tiempo y con los acontecimientos que ocurren en ellos, a forjar su propia personalidad. Tienen un origen y un propósito determinado, pero las circunstancias —al igual que a las personas—, suelen cambiarles el destino. No obstante, mantienen su dignidad y su elocuencia ante los ojos de quienes no dejamos de sorprendernos al estar en ellos y volver a verlos cuando han transcurrido años.
Tuve la oportunidad de pisar por primera vez el Patio Barroco de la UAQ, muchos años después de que dejó de ser el antiguo claustro del Colegio de San Ignacio y cuando era parte de la Preparatoria Centro, para llegar hoy día a ser sede de la Facultad de Filosofía de nuestra máxima casa de estudios.
Recuerdo aquellos años de bachiller, cuando el ruido y el ímpetu de la juventud le daba un matiz muy diferente al que obtiene cuando le acompaña el silencio y la relativa ausencia de gente en el mismo. Eramos muy jóvenes y nuestras mentes estaban ocupadas en muchas otras distintas a su historia, pero aun en el inquieto ir y venir de nuestra adolescencia, este patio inspiraba mucho respeto y admiración por los múltiples detalles de su arquitectura que nos hacía mirarle en aquel entonces cuando esperábamos acceder a las clases de idiomas.
Alguna ocasión hace años y en otro tiempo, entré un fin de semana muy temprano y estuve un buen rato observándolo en soledad, fotografiando y disfrutando de estar en un espacio que es parte de la riqueza cultural de nuestra ciudad y sentir una emoción muy particular. Sin embargo, fue inevitable regresar en mi mente a aquellos años de estudiante con tantas y tantas vivencias que seguramente muchas más personas recuerdan también, en este rincón barroco del Querétaro nuevo que deseamos conservar.
@GerardoProal