El subdirector tomó las pruebas con el nuevo diseño gráfico del periódico especializado en finanzas, las levantó y soltó una certera frase que caló duro entre algunos de los editores que asistían a la junta editorial: “estoy preocupado, estamos dejando de hacer periodismo para el cerebro y estamos comenzando a hacer periodismo para los ojos”.

Sorprendido, el director del rotativo abrió sus ojillos semiocultos tras las gafas y le dedicó una larga y fría mirada, al tiempo que le lanzó una pregunta que más bien sonó a reclamo: “¿a qué te refieres?”

El aludido respondió de botepronto: “Al nuevo diseño gráfico. Mucha infografía, mucha imagen, mucho adornito, pero ¿dónde está el espacio para las historias propias, para los reportajes, para todo el valor agregado que debemos ofrecer a los lectores? Esto no parece un medio escrito, sino un mal sucedáneo de la televisión, de los medios digitales. Es absurdo”.

El proceso de relanzamiento del emblemático diario fundado en 1981 avanzaba a marchas forzadas. Luego de adquirirlo, en noviembre de 2012, el nuevo dueño había declarado su intención de tener un canal de televisión y aterrizar “un proyecto multimedia”.

Para lograr esos fines, sus asesores le aconsejaron que, de entrada, contratara como director a un economista que había dado sus primeros pasos en el diario especializado en finanzas, pero que se había formado en un rotativo surgido en los 90 y cuya apuesta editorial era el periodismo light: grandes fotos, textos cortos, notitas del día, filtraciones, así como amplias secciones de sociales y espectáculos.

Pronto, el nuevo director influyó para que se contratara a un despacho catalán de diseño gráfico con la misión de hacer del diario con más de 30 años de vida un clon en versión tabloide de aquella publicación caracterizada por la ligereza y la falta de profundidad.

El nuevo subdirector, la única contratación acertada del neo empresario de medios, propugnaba junto con los editores de Cultura y de Sociedad por un periodismo de largo aliento, ese que apuesta por los trabajos de investigación y las historias poco convencionales con un toque narrativo; por un periodismo que se olvidara de la noticia de ayer, esa que cubren al minuto internet y las redes sociales.

Sin embargo, en ese diario se trataba de una batalla perdida.  Los tres comunicadores estaban aislados. Por un lado, existía una férrea oposición a ese tipo de  periodismo no sólo por parte de  los recién llegados, en su mayoría provenientes de aquel rotativo light, sino también de muchos de los viejos editores que anquilosados y en su zona de confort no concebían el periodismo más que como  el reporteo de la nota diaria, la declaración de los políticos y empresarios de moda, así como los boletines  gubernamentales y de las cámaras patronales.

Por ello, ante la advertencia del subdirector sobre el “periodismo para los ojos”, el reclamo disfrazado de pregunta por parte del director sirvió como disparo de salida para comenzar toda una campaña negra contra aquel directivo.

Poco importó que el subdirector tuviera mayor experiencia periodística que cualquiera de los advenedizos que habían arribado a ese diario en los últimos meses, tampoco que hubiera fungido por 20 años como director de una prestigiada escuela de periodismo, o que además de periodista fuera un escritor varias veces galardonado. A partir de ese día, las zancadillas contra él fueron la constante. El director y sus adláteres no escatimaron veneno para deshacerse del periodista. Entre otras acciones, acudieron presurosos a la oficina del dueño para acusarlo de “pretender obstaculizar el proyecto de renovación”.

Uno de esos días, el subdirector llegó a la junta editorial para encontrar que su lugar ya había sido ocupado por el flamante coordinador “de la mesa central”, un híbrido creado para integrar presuntamente las redacciones  del impreso, el online y la TV. Pronto, el sujeto de marras, quien fue nombrado subdirector de facto, mostraría sus limitaciones: a la muerte de Lou Reed, primero, y de Paco de Lucía, después, preguntaría angustiado en plena junta editorial: “¿Y esos quiénes son?”

Para principios de 2014, poco más de un año después de la venta del diario, la debacle se había consumado: el otrora legendario rotativo estrenaba canal de TV y nuevo diseño light ante el beneplácito de los ignaros convencidos de que la gente es idiota y ya no lee. Pocos meses antes, ante la eliminación de todo lo que significara periodismo de altos vuelos, los editores de Cultura y Sociedad habían renunciado. El primero, con un cuarto de siglo de destacada trayectoria en ese diario. El subdirector, por su parte, permaneció como columnista y productor televisivo unos meses más; después, convencido de que ese no era su lugar, también alzó el vuelo.

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