¿Dinos o técnicos? El equipo de Peña Nieto es como la paella; para algunos califica como platillo único o principal en una comida, para otros no es más que una entrada sobreestimada. Para muchos mexicanos se trata de una sopa de arroz recargada; para otros, un plato banquete. Lo mismo pasa con las sensaciones que inspira el grupo que rodea a Peña. ¿Viejo PRI? o ¿un núcleo modernizante envuelto momentáneamente en viejos oropeles?

Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones y Murillo Karam son sus alfiles a cargo del Poder Legislativo y Osorio Chong el responsable de la parte política en el equipo de transición. Entre los cuatro acumulan más sexenios y puestos que un politburó soviético de los de antaño. Si a ello añadimos senadores como Romero Deschamps, líder de los petroleros, a cargo de la Comisión de Energía, y senadores de la telebancada a cargo de comisiones clave, queda claro que no estamos precisamente frente a un renacimiento del PRI, sino a uno vinculado a los viejos intereses.

Pero del otro lado, a nadie escapa el protagonismo de Luis Videgaray, la mano derecha de Peña Nieto, un cuadro técnico que ha logrado colocar una serie de jóvenes economistas en posiciones clave del equipo de transición. Incluso habría que decir que los cuadros del gobierno del Estado de México que el presidente electo ha recuperado son los más jóvenes y menos montielistas.

¿Qué pensar de toda esta mezcla? ¿Ofrece alguna indicación del tipo de gobierno que podemos esperar? Bien a bien, sólo lo sabremos sobre la marcha, aunque la designación del gabinete dentro de un par de meses ofrecerá mayores claves.

Hasta ahora Peña Nieto mismo ha mostrado, aunque de manera tibia, más indicios de inclinarse a una agenda moderna que a un discurso autoritario. Sus propuestas para dejar en manos de la ciudadanía el combate a la corrupción y la supervisión de la publicidad oficial no suenan mal, por lo menos en papel. De igual forma, se sabe que estaba de acuerdo en lo esencial con el proyecto de reforma laboral que Calderón pasó al Congreso (que entre otras cosas exigía el voto secreto en asambleas y la transparencia en las cuotas sindicales).

Pero eso no significa nada. Podría ser simplemente un recurso discursivo para mejorar su imagen frente a ese 62% de electorado que no votó por él. Por lo demás, la reforma laboral fue rasurada por los propios priístas para proteger a los líderes sindicales, y sobre las reformas ciudadanas queda un largo trecho para verlas concretadas.

Lo cual llevaría quizá a cambiar la pregunta de entrada. No se trata tanto de saber si Peña Nieto posee en el fondo una vocación republicana y modernizante, o autoritaria y restauradora de un viejo orden. La pregunta es si teniendo una o la otra, posee los márgenes de maniobra para imponerla.

Porque lo cierto es que cualquiera de los dos impulsos que le gobiernen (autoritarismo o aperturismo, por llamarle de alguna manera), enfrenta evidentes contrapesos y acotamientos.

Contra el autoritarismo existe ya una sociedad cada vez más participante y un contexto internacional desfavorable. Las redes sociales llegaron para quedarse y cada vez son más activas no sólo en el universo digital, pero también en la configuración de la conversación pública y en el activismo protagónico. Eso hace que cualquier acto autoritario pague una factura política que antes era mínima. ONG y sectores empresariales están más involucrados que nunca en la conversación pública. No será fácil que admitan un presidencialismo de viejo cuño.

Pero tampoco podemos ser optimistas incluso frente a un presidente que, sorpresivamente, intente caminar por una vía más moderna, democrática o liberal. El protagonismo de la telebancada, el enorme peso de los gobernadores, de los capitanes del dinero, de los líderes sindicales, todos ellos aliados de las fuerzas que llevaron a Peña Nieto al poder, no verán con buenos ojos los intentos de apertura, rendición de cuentas o eliminación de privilegios de los que gozan los poderes de facto en nuestro país. Y para modernizar a México eso es justamente lo que se necesita: mejorar la competitividad, hacer a todos iguales frente a la ley o frente al fisco, eliminar la impunidad de los poderosos.

¿Está Peña Nieto en condiciones de hacerlo, asumiendo que quiera pasar a la historia como un presidente modernizador? Lo dudo. Me temo que la división entre dinos y tecnos será más una cuestión de estilos que de fondo. ¿No le parece?

Economista y sociólogo

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