En los compromisos firmados frente a notario por Peña Nieto se incluyó: “Hambre cero: Erradicar la pobreza alimentaria”. Durante los primeros años de gobierno se le dio mucha difusión a la “Cruzada Nacional contra el Hambre”. El resultado al final ha sido un fracaso.

Nadie recuerda ya la Cruzada. Los spots del 6º Informe no pueden presumir el cumplimiento del “hambre cero”. Ni siquiera su reducción significativa. La “pobreza alimentaria”, definida como la población con ingreso inferior al costo de la canasta alimentaria, pasó de 23.5 millones en 2012 a 21.4 millones en 2016. Muy lejos de “cero”. Una reducción mínima desde cualquier punto de vista.

¿Por qué el fracaso? Enlisto tres razones: 1. La aplicación de políticas económicas generadoras de pobreza. 2. La falta de un objetivo claro en la Cruzada y de acciones articuladas para lograrlo. 3. El sesgo político y el espacio de corrupción en los programas sociales.

1. No hay programa social que sustituya al trabajo como medio de superación de la pobreza. Un trabajo bien remunerado con seguridad social, conforme a nuestras leyes y a nuestro potencial económico es la vía sustentable y efectiva frente a la pobreza. Sin embargo, en México se puede trabajar y ser pobre. El gobierno fija cada año el salario mínimo en un monto inferior al costo de la canasta básica, violando la Constitución.

No hay sorpresa entonces en el resultado: Durante todo el sexenio alrededor de 40% de la población ocupada tuvo un ingreso inferior al costo de la canasta alimentaria, según Coneval. Es decir, millones trabajan para vivir “con hambre” o en pobreza alimentaria (o extrema, como se dice a nivel internacional).

Se presume éste como el “sexenio del empleo”. Hay casi 4 millones de empleos nuevos según datos de la encuesta de ocupación y empleo de Inegi. También muestra que hay 2.1 millones de empleos perdidos con ingresos mayores a 3 salarios mínimos (más de 8 mil pesos). La política económica logró el incremento de los empleos de más baja remuneración, los que generan pobreza.

2. La Cruzada contra el Hambre nunca tuvo un objetivo claro. De hecho se tuvo que inventar la población objetivo para que fuera mínima (7 millones de personas) y no hubo condición para “encontrarla”. Cuatro años después de iniciado el sexenio, Sedesol identificaba apenas a la mitad, juntando los datos de todos los programas sociales (IV Informe Presidencial, dato Sifode).

A la llegada de Meade a Sedesol se relegó a la Cruzada y se inventó la Estrategia Nacional de Inclusión Social. Su objetivo tenía poco que ver con incluir a millones de excluidos del ejercicio de sus derechos. Se trataba de incidir en las variables de medición de las carencias usadas en la medición de la pobreza.

La principal estrategia fue modificar las respuestas a los cuestionarios. Además de modificar el operativo de Inegi, se difundió la campaña “sano, suficiente y variado” para reducir la “carencia alimentaria”. Se firmaron convenios con la SEP para convertir guarderías de Sedesol en “centros educativos” y así reducir el rezago educativo. Y se entregaron más de 8 millones de cartillas a beneficiarios de programas sociales para modificar su respuesta sobre sus ingresos, incluyendo transferencias, televisiones, etc.

El resultado fue mínimo. Las carencias se redujeron de manera marginal. El número de personas en pobreza se mantuvo en 53 millones en 2012 y en 2016. El maquillaje no funcionó.

Fracasaron en lo electoral y frente a la pobreza. No debe volver a suceder. Urge un nuevo modelo económico y social.

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