Como si fueran las carreras previas a un Gran Premio de automovilismo, este domingo se definirán las posiciones de arranque para la sucesión presidencial de 2018: quién sale adelante, quién tiene ventaja, quién deberá hacer un esfuerzo por rebasar, quién está rezagado. Y a partir de ahí, qué estrategia debe seguir cada uno para tratar de coronarse.

Para el presidente Enrique Peña Nieto y su partido, el PRI, todo se centra en el Estado de México. Lo que pase en Coahuila, Nayarit y Veracruz es secundario: para mal profundizaría la crisis y para bien no les alcanzaría para sanar el golpe brutal si pierden la gubernatura de la tierra natal del primer mandatario. El gobierno y su partido necesitan ganar la gubernatura mexiquense. Si no, podría diluirse aún más el poder presidencial, disminuiría su control interno para elegir candidato al 2018 y vendría un terremoto en el gabinete y entre sus gobernadores. Necesitan ganar, y por mucho: porque si tras la “operación electoral” más relevante del actual sexenio su ventaja es de menos de dos puntos porcentuales, abren la puerta a una crisis política de resultados insospechados. Eso de que en la democracia se gana por un voto aplica cuando las reglas de la democracia se respetan hasta en la letra chiquita. México no ha llegado ahí. La única manera de salir exitosos —el régimen y su partido— de la justa de este domingo es venciendo en el Estado de México por cosa de cuatro, cinco puntos porcentuales. Eso no les exenta del conflicto poselectoral, pero les da discurso para enfrentarlo y margen para que no “prenda” tanto.

Para Morena, y su líder Andrés Manuel López Obrador, el mejor escenario es la victoria, desde luego. La sola posibilidad de tener bajo su control la reserva de presupuesto y votos más importante del país los deja en una posición inmejorable para llevarse la presidencial del próximo año. Una derrota por corto margen —lo leyó usted antier en estas Historias de Reportero bajo el título Las tres vidas de López Obrador— le presentaría la disyuntiva de animar a su base con un conflicto poselectoral aguerrido o apostar a conquistar con una actitud más institucional a quienes están receptivos a la idea de que Andrés Manuel ya no es el mismo de antes. Una derrota por amplio margen le restaría fuerza a su protesta y más bien tendría que motivar a una autocrítica sobre las vulnerabilidades que se exhibieron y los errores que cometieron durante la campaña (y en tal escenario, saber si son capaces de una reflexión interna así partido y líder, permitirá avizorar cómo podrían desempeñarse en la madre de todas las batallas, el año que viene).

El PAN ha dejado de voltear a ver al Estado de México. Está en shock por cómo puede terminar esa elección. Ante ello, el dirigente nacional Ricardo Anaya quiere “sacar el empate” —dirían en el futbol— colgándose de Coahuila y Nayarit. El domingo por la noche, con los números en la mano, veremos si le alcanza para defender su posición hacia la opinión pública, pero sobre todo frente a los otros presidenciables panistas que desean su fracaso.

El PRD espera que sea un gran día. El día en que saltó del cementerio a la terapia 
intensiva.

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