“Dios dibuja los contornos de la geografía, pero es el Diablo el que escribe la historia en letras de sangre”, apuntó en el siglo XVII, Angelus Silesius, poeta místico alemán. La sangre corre en muchas partes, la sangre no deja de correr, eso no es novedad. Novedad, la voluntad de revancha de los imperios, señalada por Cristina Manzano, directora de Esglobal. Piensa en China, Rusia y Turquía, dirigidas por tres hombres que sueñan con restaurar la grandeza imperial de sus países, mientras que la Unión Europea no sabe qué causará el Brexit y que Estados Unidos “está desnortado” con un Donald Trump que se encamina hacia la reelección.

China, “el Imperio de En Medio”, ha recuperado su lugar histórico de gran potencia y parece amenazar a lo que ya no es la hegemonía estadounidense; tiene a su favor un impresionante empuje económico y su peso demográfico, si bien la demografía puede ser su talón de Aquiles: los chinos tienen menos hijos que nunca y la población envejece rápidamente, a diferencia del otro coloso demográfico, su vecino, la joven India. Por lo pronto, se vale hablar de renacimiento chino, cuando la República Popular acaba de celebrar sus setenta años con un extraordinario desfile militar. La famosa “trampa de Tucídides” (una potencia emergente, por su sola existencia, hace que la antigua potencia se sienta amenazada, lo que lleva a la guerra: Atenas contra Esparta) puede armarse con la ambición china por dominar el Pacífico. China aumentó en 130% su inversión militar en los últimos diez años.

Vladimir Putin no tiene los recursos de Xi Jinping, pero sus ambiciones son grandes y juega ajedrez en el tablero internacional con gran maestría. Si Pekín ha borrado las humillaciones del siglo XIX, Moscú resiente todavía la desaparición de la Unión Soviética, no la del comunismo, sino la del imperio histórico, la Tercera Roma, heredera del imperio bizantino, de la Constantinopla caída en 1453, a manos del imperio otomano.

Curiosamente, hoy en día, el ruso y el turco, enemigos supuestamente hereditarios, han forjado una extraña alianza que, con tiros y aflojes, durará lo que durará, en el marco del nuevo “Gran Juego”, en el Oriente Medio. Así como Vladimir Putin ha satisfecho el orgullo nacional al despojar a Georgia, a quitarle Crimea y varios distritos orientales a Ucrania, así Recep Tayyip Erdogan puede pensar que ha devuelto al pueblo turco su orgullo, después de dos o tres siglos de postración. Por lo mismo, los dos líderes se han encontrado en el campo de batalla sirio y mediterráneo. Su alianza en Siria alertó a la OTAN que ha demostrado su impotencia, cuando no pudo impedir que Erdogan comprara un sistema antimisiles a Moscú. Los que pagan el pato, como siempre, son los sirios que viven éxodo tras éxodo. Y los kurdos, atacados por los turcos y traicionados por los americanos, como siempre.

La alianza ruso-turca tiene sus bemoles: Moscú apoya a Irán que Ankara combate; en Libia, Turquía amenaza con mandar tropas para ayudar al gobierno de Trípoli, mientras que Moscú apoya activamente la ofensiva del general Hafter, dueño de Bengazi y Sirte. Si uno le suma a todo esto, la actuación catastrófica de Israel, apoyado por Trump (¡dejó de considerar ilegales las colonias israelíes en Cisjordania!), y relativamente por Putin, y el enfrentamiento permanente entre Teherán y Washington, no puede evitar de pensar que se están incubando grandes tormentas políticas, en el Mediterráneo, el Mar Rojo y el océano Índico. De Argel a Beirut, los pueblos manifiestan su inconformidad…

Y vimos el adiós al control de los armamentos nucleares. EU y Rusia pusieron fin, en el verano pasado, a tres décadas de acuerdo nuclear, cuando Washington formalizó su salida del tratado para la eliminación de misiles nucleares de corto y medio alcance. Trump habló de abandonar, en febrero de 2021, el New START que limita el número de cabezas nucleares desplegadas. ¡Ojalá y no salga reelecto! Otro buen deseo que puede quedarse en el reino de los deseos. ¿Y la política exterior de México, en medio de tantas amenazas? Usted dirá.

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