Mi solidaridad para Rossana Reguillo, amenazada por su apoyo a Ayotzinapa

Durante las campañas electorales es importante actualizar la premisa de que los partidos políticos son las instituciones menos valoradas por los ciudadanos. Está bien medido que esos espacios sirven sólo para llegar al poder y representar intereses particulares. Cualquier sistema político que pretenda ser una democracia necesita de partidos políticos, sin embargo, aquí en México la conclusión es otra: con los partidos que tenemos nunca vamos a ser una democracia.

Para entender de mejor forma este problema, se pueden leer tres libros que se acaban de publicar el resultado de una investigación que se hizo en 2012. Incide Social, con recursos del PNUD, armó equipo de investigación para saber qué pasa con los partidos en México en tres áreas: Participación y Reciprocidad; Igualdad, Inclusión y No Discriminación; y Transparencia y Rendición de Cuentas. Ya sospechábamos que los resultados no serían positivos. En la introducción de uno de los libros se afirma: “Hablar de democracia en México es pisar terreno fangoso”, y podemos añadir que hablar de partidos es pisar la parte más densa y pestilente.

Los libros se organizan en tres ejes, lo normativo, lo procedimental y lo operativo. El resultado confirma buena parte de lo que ya sabíamos: independientemente de sus características, los partidos son malos espacios para la participación; no cumplen con una rendición de cuentas suficiente y no tienen mecanismos para que mujeres, jóvenes, indígenas, migrantes, tengan una participación “sustantiva y representativa”. Resulta paradójico porque las organizaciones partidistas que, en teoría, son los territorios para que los ciudadanos participen y canalicen la representación de los intereses de las mayorías, en México son instituciones completamente alejadas de los ciudadanos.

Hay al menos dos líneas para explicar por qué estamos así: una es el modelo de financiamiento público y de acceso a medios, y la otra tiene que ver con la dinámica partidocrática. Cada reforma nos dicen que el costo electoral será más bajo, sin embargo cada elección sale más costosa; por ejemplo, ahora en 2015 se gastará 61% más que en 2009; al mismo tiempo, el acceso a los medios ha quedado en un maratón de spots. Mucho dinero público para financiar a una partidocracia que gobierna en función de sus propios intereses, resulta un pésimo negocio para la ciudadanía.

Con este modelo, ya no hay rivalidad entre un partido en el gobierno y una oposición; se han cerrado los canales de expresión y representación para las agendas públicas; no hay mecanismos de participación. Ahora todos pactan y acuerdan para protegerse, hay una suerte de pacto mafioso entre ellos. Se ha terminado la gasolina de la legitimidad, lo que tenemos es la percepción de que todos los partidos son iguales, sólo cambian los colores.

Robert Michels postuló que en las organizaciones predominan los mandatarios, los que toman las decisiones, sobre los ciudadanos, los electores y los mandantes. Ahora le decimos partidocracia. Tenemos partidos políticos que no sirven para promover igualdad, inclusión, participación; que no practican la rendición de cuentas, ni la reciprocidad. Su lógica es obtener puestos, dinero, medios y privilegios y sólo nos dejan la posibilidad de negarnos a seguir ese juego perverso. Ahora en época de campañas es importante expresar nuestro desacuerdo, porque sólo votar, abstenerse o anular, no es suficiente.

P.D. Tres semanas y dos días con Carmen Aristegui fuera del aire…

Investigador del CIESAS. @AzizNassif

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