Una mujer marca al 911 pidiendo ayuda. Ella grita en el teléfono “¡Mi marido me va a matar!”. Llega una unidad, con las torretas apagadas y en silencio. Los policías hablan con él. Pasan los minutos. Lo detienen, lo esposan y lo suben a la patrulla. La mujer respira y abraza a sus hijos que lloran sin consuelo.

La patrulla se aleja con el agresor. La mujer se sienta y respira. Sabe que el calvario pronto iniciará otra vez. Peregrinará por la fiscalía y el Instituto de las Mujeres buscando protección, por la Dirección de Atención a Víctimas para recibir asesoría jurídica y la procuraduría de Niños, Niñas y Adolescentes para que den contención emocional a sus hijos. Incluso irá a la Iglesia a pedir consejo al sacerdote en el que ha confiado su tragedia.

La mujer sabe que las cosas no cambiarán: “No podemos hacer nada porque no la lastimó”; “por qué no se muda lejos”; “no podemos darle un lugar en el refugio”; “los celos son una señal de amor”; “ruegue a Dios, es la cruz que le tocó”.

La culparán a ella porque no se va, porque lo permite, porque no tiene dignidad, porque le gusta que la maltraten, porque ella eligió a un marido así y ahora tiene que aguantarse.

No comprenden que no sabe cómo salir adelante. No estudió porque se lo impidieron. No sabe tomar decisiones porque siempre decidieron por ella. No tiene dinero porque nunca la dejaron trabajar. No tiene autoestima. No tiene valor. No tiene fuerzas. Se las arrancaron a golpes.

Está segura de que un día su marido cumplirá su promesa de asesinarla. “Si no eres mía no serás de nadie”. Está segura que la próxima vez no podrá marcar el teléfono. Esta segura de que sus vecinos no harán nada, porque nunca hacen nada. Su vida no vale para las autoridades.

No vale para la comunidad. No vale para la Iglesia. No vale.
Esta es la realidad de miles de mujeres que viven la pesadilla de la violencia en sus casas. Mujeres que no tienen la posibilidad de escapar del círculo de violencia. Son mujeres desechables. Desechables para sus parejas, desechables para el Estado y desechables para la sociedad.

Son mujeres que distraen del trabajo “importante” del gobierno con sus reclamos absurdos de vivir libres de violencia.

El domingo, Pancho Domínguez rindió su sexto informe de Gobierno. Habló de caminos, industria e inversiones; de carreteras, hospitales y escuelas. No habló de las mujeres ni de la deuda que deja con ellas. No habló de las lesiones dolosas contra las mujeres, el otro primer lugar nacional en el que colocó a Querétaro. No explicó por qué abandonó a las y los huérfanos del feminicidio ni de por qué se negó a trabajar con las organizaciones de la sociedad civil.

Pancho Domínguez se va presumiendo hazañas que poco tienen que ver con la erradicación de la violencia contra las mujeres. Pero sobre todo Pancho se va sin escuchar las historias de las mujeres que, igual que Nancy Guadalupe en la carta que le escribió, todos los días ruegan por sus vidas.

Directora Regional de CELAPAZ e integrante de la Red Nacional de Alertistas. 
Twitter: @mcruzocampo 
Fb: maricruz.ocampo

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