A unos metros del dormitorio presidencial, en el Templo Mayor y frente al recinto de Tláloc, se lee que “[l]a dualidad fue el fundamento en el que los mexicas [1325-1521] se apoyaban para explicar y ordenar el cosmos”. El cosmos, prosigue la explicación, se “componía de fuerzas opuestas y complementarias. Podían ser femeninas, acuáticas, terrestres y frías, en oposición a lo masculino, ígneo, celeste y cálido”. Estas fuerzas distintas y opuestas, asiente el letrero del sitio arqueológico, “se necesitaban entre sí, ya que al encontrarse daban lugar al movimiento”.

¿Podríamos imaginar de esta manera la relación entre el gobierno y la oposición? Oposición entendida aquí en un sentido amplio y no sólo referido a facciones partidistas. ¿O seguiremos pensando que ambas fuerzas son totalmente contrarias, dicotómicas?

Escribo esta nota días previos a la elección; bajo la sana incertidumbre de qué va a pasar, pero con el miedo de cómo vamos a reaccionar ante los resultados. ¿Podremos reconocer que fuerzas políticas contrarias se necesitan entre sí para dar paso al “movimiento” y al avance de los asuntos públicos como la educación? O ante los primeros conteos, ¿el triunfador buscará anular y cancelar al otro ¿Qué produce el deseo de aniquilamiento? La soberbia.

En su Pequeño tratado de grandes vicios (2011), José Antonio Marina, trata a la soberbia como un “vicio capital”. Esto quiere decir que es “cabeza” de otros males tales como el “desprecio por los demás, la devaluación. “La afirmación de sí mismo produce la anulación de los otros” concluye el filósofo. Por eso, no es de extrañar que cite en el apartado dedicado a la soberbia a “iluminados” que en nombre de un “futuro mejor” cometieron atrocidades.

No tener un opuesto u opositor —y aún más importante— no considerarlo como igual, impide una autocorrección reflexiva y esto en el ejercicio del poder público, deriva en` ineficiencia, malos resultados, desastres, pérdida de vidas humanas, desigualdad y desilusión. Por eso, para que la democracia funcione, debe tener un carácter oposicional, diría John Medearis (2015) y no, según yo, unipersonal, de encumbramiento de líderes que devalúan al contrario y se sienten “moralmente triunfadores” luego de ser opositores.

En Oposición y Democracia, Soledad Loeza hace varias observaciones importantes que habrá que recordar hoy. Primero, considera a la “oposición” como institución, no como un ser antípoda. Segundo, recuerda que en democracia, las victorias –y las derrotas– son temporales y tercero, gracias a la oposición, la “competencia por el poder no es un juego de suma cero, de victorias o derrotas totales y definitivas” (IFE, 2012).

Hoy, ante la creciente polarización e intolerancia, recordemos que lo opuesto puede ser complementario. Que descalificar al opositor no muestra valentía, sino soberbia y que ésta ha sido una pésima fórmula para gobernar. ¿Qué expresamos los ciudadanos este 6 de junio?

Ojalá el surgimiento de una nueva oposición.

Investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS)

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