La presencia de la oposición constituye uno de los pilares fundamentales para el desarrollo democrático. Imposible imaginar el equilibrio de poderes y la participación ciudadana sin este principio fundamental. Pero, la condición para ser oposición es contar con un proyecto político alternativo al gobierno en turno, que ofrezca opciones a la ciudadanía para decantarse por otra opción. Edificar un proyecto de oposición a partir del rechazo a las instituciones que configuran la estructura mínima de la democracia en México, contribuye poco al progreso y a la lucha por erradicar la polarización, inseguridad, violencia, desigualdad e injusticia que nos habita.

El riesgo que enfrenta el país ante la ausencia de un proyecto político de la oposición, es que las acciones se organizan en torno a la ruptura de las instituciones y la fractura de los valores democráticos. FRENAAA, realiza un plantón en el Zócalo para “sacar de la presidencia a López Obrador” –porque a su juicio es un dictador–, sin respetar una elección que corrió a cargo de un proceso democrático avalado por el Instituto Nacional Electoral, en el que más de 30 millones de ciudadanos votaron libremente para convertirlo en presidente de México; el gobernador de Chihuahua promueve entre los productores de la región el incumplimiento del Tratado Internacional sobre Aguas con Estados Unidos, vigente desde 1994, poniendo en riesgo la relación bilateral, con el propósito de sacar una ventaja electoral; el PRI impulsa un exhorto en la Cámara de Diputados para que el gobierno mexicano sufrague los gastos legales derivados de la detención del general Salvador Cienfuegos Zepeda, exsecretario de la Defensa Nacional en el sexenio de Enrique Peña Nieto, acusado de conspiración de manufactura, distribución e importación a Estados Unidos de drogas ilícitas y por lavado de dinero; y, la Alianza Federalista, configurada por diez gobernadores, amenaza con romper la Ley de Coordinación Fiscal, más conocida como Pacto Fiscal, que proviene de la última reforma de 2007, impulsada por Felipe Calderón, lastimando el entramado institucional del que se decían defensores, en lugar de fomentar el necesario debate de reestructuración fiscal y distribución justa de los recursos en proporción a las necesidades de las entidades federativas.

De este modo, la oposición se manifiesta en un mundo al revés. Parafraseando al periodista Jorge Zepeda Patterson, este gesto nos hace recordar el célebre clamor “al diablo con las instituciones” lanzado por López Obrador en 2006, durante las manifestaciones en contra del fraude, pero ahora en un registro diferente. Frente a los graves problemas nacionales, la oposición no propone salidas, sino la destrucción de las precarias instituciones que sobreviven al paso de la historia. Exigencias demagógicas para ocupar un espacio protagónico y hacerse visibles para encarar un proceso electoral en puerta, en eso radica la retórica de la oposición en México.

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