Las campañas van agarrando impulso. Ya se ven por todos lados las caras sonrientes de quienes suspiran por nuestra atención. Frases trilladas, lugares comunes y promesas imposibles llenan todos los espacios, tanto físicos como virtuales, sin dar tregua a los y las ciudadanas. Candidatos y candidatas comparten bailes ridículos, coreografías mal ejecutadas y canciones pegajosas que aún, cuando no te hacen confiar en quien las entona, por lo menos sí divierten. Y todo pagado con millones y millones de pesos de dinero público.

De la noche a la mañana quienes hoy piden nuestro voto se han convertido en ambientalistas, en consumados educadores y en defensores de los pobres. Se toman fotos en mercados a los que nunca antes habían acudido, comen viandas que habrían despreciado y caminan calles intransitables, a las que no piensan regresar, para pedir a las personas que confíen en lo vacío de sus promesas. Las acusaciones y ocurrencias no se han hecho esperar. Ya solo falta que nos prometan estaciones espaciales para resolver el problema del transporte; la tan invocada “guerra sucia” ya hizo sus primeras apariciones y, como en todos los comicios, es el medio más socorrido, sobre todo por quienes van por la re-elección, para responder a la crítica que se hace de su trabajo.

En el mayor oportunismo político, las y los aspirantes han hecho de la defensa de los derechos humanos su bandera. Las pujas por ofrecer más dinero que el contrario parecen aumentar conforme se acercan los comicios. Quienes por años se han opuesto al avance de los derechos de las mujeres y las personas LGBTI hoy prometen erradicar la violencia y matrimonio igualitario. De entre sus filas, incluso de los más conservadores, han saltado a la luz pública feministos y feministas de closet (que solo salen en tiempo de campañas) que hoy buscan el voto de las mujeres jóvenes que tienen en jaque a más de un gobierno.

Hace mucho que el nivel de las campañas de plano no despega, pero este año incluso ha descendido. Hay guerras intestinas en las que las candidaturas de un partido son impugnadas por integrantes del mismo; alianzas entre quienes se acusaban de ladrones y políticos refritos que más que chapulines parecen camaleones por tantos cambios de color.

Figuran candidatos acusados de violación, violencia familiar y abuso sexual; otros señalados por enriquecimiento inexplicable o por haber concedido jugosos contratos a sus familias sin licitación. Hay candidatas sin trayectoria designadas por una mal comprendida “paridad” y otras, que con todo y el miedo a las alturas (al que llaman homofobia) van por la re-elección con propuestas aún más descabelladas que las que ya impulsaron porque la locura reditúa.

El proceso 2021 está plagado de oportunistas que se trepan en las luchas sociales para conseguir el voto. Desafortunadamente distinguir de entre ellos y ellas a quienes de manera honesta buscan velar por nuestros derechos será el mayor reto de la ciudadanía en el 2021.  
Activista defensora de derechos humanos e integrante del Centro Latinoamericano para La Paz, la Cooperación y el Desarrollo

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