Con suma frecuencia, en cuanto se acercan los periodos de campaña, los partidos políticos y sus candidatos y candidatas pretenden lucrar con el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de manera cínica utilizan los postulados de la lucha feminista para llevar agua a su molino.

La corrupción e impunidad, que plagan nuestras fiscalías, cuerpos policiacos y el poder judicial, demandan la exigencia y señalamiento de las irregularidades y omisiones en la protección de los derechos de las víctimas. Las más recientes expresiones de hartazgo frente al creciente número de feminicidios en México se han manifestado a través de la toma de las oficinas de la CNDH en el centro de la Ciudad de México por jóvenes feministas. Sin embargo, a esas expresiones se han “sumado” de manera oportunista políticos que, con fines meramente electorales, pretender explotar un reclamo justo de justicia para golpear al gobierno federal y a la presidenta de esa institución.

La gran mayoría de estos insignes personajes, especialmente los que esperan en las sombras, permanecen callados pero, en cuanto comienzan las campañas, se vuelven paladines (y paladinas) de la justicia y la lucha de las mujeres por el respeto de sus derechos, reclamando y denunciando a viva voz, desde megáfonos, comunicados y ruedas de prensa, el actuar impune de gobernantes y servidores públicos de los partidos contrarios, para volver a sus madrigueras terminando el periodo de contiendas.

Ejemplos sobran en todos los rincones de México. Desde el pedestal de superioridad y pureza que crien que les da aspirar (algunos nuevamente) a cabildos, gubernaturas y congresos, diferentes figuras políticas hacen pronunciamientos desgarradores en favor de las mujeres para terminar de hablar de violencia de género haciendo chistes misóginos sobre lo mejor “que les ha pasado en la política”.

Proponen pena de muerte contra feminicidas y castraciones químicas de agresores sexuales, ignorando completamente los compromisos internacionales en materia de derechos humanos, la reparación del daño a las víctimas y a las comunidades que destroza la violencia.

Es vergonzoso ver este tipo de cinismo, sobre todo en las mujeres y hombres que hoy dirigen los designios del país y que de manera mezquina invisibilizan la violencia feminicida y critican la lucha feminista hasta que se llega el tiempo de salir a pedir el voto nuevamente.

Políticos-funcionarios, desde las plataformas que les dan sus partidos, lanzan denuncias patéticas contra el proselitismo voraz, que explota el dolor y la muerte, que hacen sus contrincantes cuando ellos pecan exactamente de lo mismo. Ven la paja en el ojo ajeno, no el machismo en el suyo.

Las víctimas de violencia merecen no sólo nuestra empatía y ayuda, sino el respeto más absoluto de quienes gobiernan y de quienes aspiran a gobernar, por eso es aún más despreciable que utilicen como estrategia electoral, el asesinato de las mujeres y niñas y la bandera feminista.

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