El titular del Ejecutivo, fiel a su tendencia autoritaria y antidemocrática, ha buscado la sumisión de los otros dos poderes para lo cual se ha validado de todo tipo de tretas, incluida —claro— la doble moral: habla de división de poderes a pesar de que trata de subordinarlos.

Usando recursos públicos, desde las mañaneras, se da gusto insultando y descalificando a jueces y ministros desde su pretendida y cuestionable superioridad moral. Esto ha servido, también, para que varios que desean agradarle, presentarle tributo, ganar candidaturas o simplemente justificar su ineficiencia gubernamental, le sigan la corriente y, sin pudor alguno, salgan a exigir respeto y división de poderes, a pesar de lo que hace el Presidente, un día sí y otro también.

Lo mismo dice que los ministros independientes están al servicio de cúpulas de poder —no de la suya—; o que defienden prácticas del régimen autoritario y corrupto —no del suyo—; hasta que son parte de la “mafia del poder” —de otra, no de la suya—, etc.

Pero, ¿a qué se debe todo esto?

La explicación es muy simple: los berrinches e insultos presidenciales obedecen a la falta de respeto a la autonomía de los otros dos poderes, en su afán por someterlos. O sea, cada vez que uno de los otros poderes actúa en contra de la voluntad de López Obrador, automáticamente se convierte en corrupto y actúa contra “el pueblo”, por lo que merecen ser castigados por quien se asume como el culmen del bien y la bondad, a pesar de la realidad. Y, lo paradójico, es que no falta quien se crea estas mentiras; o bien, que en nombre de “La Cuarta T” (sic), no les importe lo más mínimo “la democracia”.

Ahora bien, en el caso de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, órgano máximo del Poder Judicial Federal, los ministros que se han atrevido a defender la Constitución y votar en contra de los deseos presidenciales, pues automáticamente se convierten en víctimas de cualquier acusación o dislate de López Obrador.
Sabemos de su inclinación a imponer su palabra como ley única e incuestionable —“...y mi palabra es la ley”, escribiera José

Alfredo Jiménez— y, también, de su menosprecio por normas jurídicas.
Y como él mismo dijera: “Y que no me vengan a mí con que ‘la ley es la ley’. Que no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”.

Habría que agregar, además, su comprobada aversión al sistema de pesos y contrapesos consustancial a cualquier sistema democrático. Y aun más, al funcionamiento y respeto de órganos autónomos necesarios (INE, Inai, Cofece, entre otros).

De esta manera, ante su tendencia a la concentración total de poder —en su persona, por supuesto—, le incomoda todo aquello que implique límites y división de poderes para evitar abusos sistemáticos.

Pero habría que sumar su resistencia a la rendición de cuentas, por lo que cualquier revés que recibe es causa de cólera y ataque. Asimismo, junto con ello, tenemos que registrar su repulsión, en la práctica, a la transparencia. Prueba de ello es su intento por pretextar “seguridad nacional” en obras de gobierno para obstaculizar el acceso a la información por parte de la ciudadanía. ¿Porqué intenta desaparecer al Inai?, ¿Qué oculta?, ¿Por qué favorece la simulación?

Queda de manifiesto, pues, su intento de no respetar la división de poderes, sino de controlarlos. Aunque, conviene precisar, no es el primer populista que lo hace, parece ser una constante de esta tendencia política tan vinculada a la demagogia.

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