Pocas veces consideramos como parte de nuestro patrimonio las recetas, las fiestas o las tradiciones familiares que heredamos. Pensamos más bien en los bienes materiales que nos dejan, pero no en el legado intangible que pasa de generación en generación y que en muchas maneras define nuestras vidas. Especialmente olvidamos el legado de las mujeres que nos precedieron.

Tal vez algunas heredamos el nombre de nuestras bisabuelas; otras aprendimos a cocinar viendo hacer guisos maravillosos a nuestras abuelas y las más afortunadas hemos contado a nuestras hijas e hijos los cuentos que nuestras madres nos narraron. El legado que muchas mujeres recibimos de nuestras bisabuelas, abuelas y madres impacta incluso en nuestras hijas y nietas, aun cuando ellas no hayan tenido la fortuna de haberlas conocido.

Recordar a nuestras ancestras es un viaje en la nostalgia. En mi caso me hace pensar en tortillas recién hechas, en frijoles de la olla, en queso fresco y, en estas fechas navideñas, en casas que huelen a ponche y bacalao. De Rafaela, mi abuela paterna aprendí la resiliencia y de Delia, mi abuela materna, la rebeldía. Mi nombre es el de mi bisabuela y mi receta para preparar lentejas la de mi madre.

Sin embargo, el legado que muchas recibimos de las mujeres de nuestro núcleo familiar también tiene sus lados oscuros.

La obediencia ciega, el soportar violencia o el renunciar a nuestros sueños también forma parte del bagaje que nos heredaron. El servir hasta el cansancio, la abnegación incondicional o el tratar a nuestras hijas como si fueran personas inferiores a sus hermanos es parte de ese patrimonio. Para muchas mujeres, el legado de sus ancestras ha traído consigo años de frustración y limitaciones derivadas de las tradiciones familiares.

En una ocasión, escuché decir a una víctima de violencia extrema que su abuela le enseñó que "las mujeres de su familia ni se divorcian ni se separan". Otra más me contó del día que su mamá la corrió de su casa por estar embarazada, igual que la habían corrido a ella años antes.

Honrar a nuestras ancestras es una forma de agradecer su lucha, brillar en su luz y reconocer su impacto en nuestras vidas. Pero también nos permite colocarlas en el tiempo histórico en el que transcurrió su existencia para perdonar aquellas cosas que nos enseñaron y que hoy nos parecen inaceptables.

Nuestras bisabuelas, abuelas y madres vivieron violencias inimaginables y aprendieron a someterse y a obedecer para sobrevivir en un sistema que les negaba hasta los más mínimos derechos.

Ese legado que tal vez opaca otros recuerdos, es el que nunca debemos olvidar, porque quien olvida la parte sombría de su historia familiar está condenada a repetirla. Recordar y honrar a nuestras ancestras nos obliga a transmitir sus grandes enseñanzas a las nuevas generaciones, pero también nos permite forjar un patrimonio de tradiciones, historias y costumbres nuevas, sustentadas en el ejercicio pleno de los derechos que ellas nunca pudieron gozar.

Titular de Aliadas Incidencia 
Estratégica e integrante de la Red
Nacional de Alertistas. 
Twitter: @mcruzocampo 
FB: maricruz.ocampo

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