México ha avanzado en su camino para consolidar nuestra democracia, y a pesar de que existen aún muchos desafíos y áreas de oportunidad, hemos transitado hacia un Estado de Derecho donde se respetan las reglas de convivencia y donde se garantizan los derechos de todas y de todos para generar desarrollo y una mejor calidad de vida.
Sin embargo, la democracia se construye todos los días, y los ciudadanos debemos estar atentos para evitar una regresión, que sería muy dañina para los intereses de las y los mexicanos. Tenemos que defender las conquistas democráticas, que no pertenecen a un solo gobierno, y que han sido fruto de una larga lucha que hemos dado como nación.
Hoy contamos con una Constitución que se debe observar y respetar, porque en ella se establecen nuestros derechos y las libertades fundamentales, así como los principios democráticos que rigen a nuestro país.
Gracias a un largo proceso, hoy tenemos elecciones libres y periódicas, que han demostrado ser fieles a los deseos de la población, para determinar quién nos debe representar en los diferentes niveles. Décadas atrás no teníamos estos mecanismos para garantizar la participación y el respeto a la voluntad popular en la toma de decisiones.
Ahora existe pluralidad política y una gran gama de partidos, con lo que podemos asegurar que se permite la diversidad de opiniones, el diálogo y muchas opciones para que la ciudadanía vea representadas sus diferentes ideologías e intereses.
Tenemos y ejercemos derechos y libertades como la libertad de expresión, asociación, religión y el derecho a ser juzgados en igualdad de circunstancias y de manera justa, por mencionar algunos; participamos en la vida política y social de nuestro país a través de diversos mecanismos, como el derecho a manifestarnos y la participación en organizaciones de la sociedad civil, entre otros.
De entre todos estos logros democráticos, destaca uno que nos sirve para mantener el balance y no volver a los tiempos en que una sola persona decidía nuestro destino sin rendir cuentas a nadie: la división de poderes. En México hemos establecido una separación de poderes en tres ramas: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Esto nos asegura un equilibrio y un control para autoregular los poderes entre los diferentes órganos de gobierno.
Este principio de la democracia nos da a los ciudadanos equilibrio y control para evitar que el poder se concentre de manera excesiva en una sola entidad o en una sola persona. Al distribuir las funciones del gobierno en diferentes ramas, establecemos un equilibrio y control mutuo que impide que se cometan abusos de poder y que alguien pueda llegar a tener un control absoluto sobre nuestro país.
La división de poderes protege las libertades de los ciudadanos, pues nos garantiza imparcialidad, objetividad, justicia y equidad en las relaciones entre las personas y el poder público.
También implica un sistema de control y rendición de cuentas, donde cada rama del gobierno tiene funciones y responsabilidades que ayudan a que se vigilen, regulen y controlen entre sí, para garantizar que están cumpliendo con el proyecto de nación que está plasmado en nuestra Carta Magna, leyes y reglamentos. Si queremos un país con estabilidad, con apertura al diálogo, con servidores públicos que rindan cuentas y donde nadie monopolice a su gusto y a su capricho el poder público para su propio beneficio, debemos defender la división de poderes.