Recién ha terminado septiembre, que ha consolidado para sí —por el fatídico azar de los fenómenos naturales de huracanes, lluvias y temblores— ser reconocido como un mes de fervor patrio, de tragedias y de la oportunidad de dar a conocer, en especial a los jóvenes, la importancia de abrir los ojos y el corazón ante la desgracia ajena, siendo testigos todos, con la mayor crudeza, cómo en lo que dura apenas un suspiro, se acaba la vida misma para algunos y se vienen para abajo para otros muchos, los sueños y el patrimonio que se convierte en un abrir y cerrar de ojos, literalmente en polvo.

Así también, apenas inicia octubre y las noticias de otros eventos absurdos e impensables llegan para continuar sacudiéndonos la conciencia e invitándonos a formularnos de nuevo la pregunta ¿hasta cuándo?,  la cual pronunciamos con fuerza y ante la imposibilidad de una respuesta que pudiera llegar cobijada de esperanza, tan sólo el eco se pierde ante nuestra expresión del dolor que nos invade por el contagio de otra realidad que se presenta con las manos llenas aquí y en otros lugares del mundo, como lo ocurrido en Las Vegas, Nevada.

Tal vez por ello, me da por añorar aquellos días en nuestra ciudad cuando en los atardeceres con la puesta del mismo sol, que poco a poco adquiría los tonos que aún le distinguen y que entonces  nos brindaba con especial cortesía, momentos de calma y relativo silencio que se convertían en un delicioso bálsamo para relajarse después de una larga jornada de trabajo cotidiano. Hoy el sol se oculta con la misma belleza, pero el complicado tráfico vehicular de una ciudad que crece cada hora, nos impide verlo y disfrutarlo como antaño.

Abrigábamos más certezas que incertidumbres. Sentíamos que los problemas llegaban de uno por uno y necesitábamos mucho menos de todo para ser felices, en realidad había mucho menos de todo en esos años. Lo único que abundaba era la recurrencia de las crisis financieras que marcaban la agonía de un modelo económico de estado, situaciones que arrastraban consigo las oportunidades de empleo para los jóvenes. Sin embargo, si en realidad querías trabajar, había  posibilidad para subsistir en una ciudad que comenzaba a despertar del sueño y de muchos momentos trascendentes para la historia de todo el país.

Hubo tiempos en los que los atardeceres afianzaban los romances de tantas parejas que después forjaron familias, puestas de sol vistas desde improvisados miradores en la orilla de lo que fuera la mancha urbana de esta metrópoli. Otros tantos esperaban la tarde para acudir a las reuniones de clubes y asociaciones que recién daban forma a las novedades en los usos y costumbres de una entidad que realizaba trazos coloridos de su vocación industrial, en el lienzo del desarrollo de la segunda mitad del siglo XX. Para los más, el ocaso era una invitación al descanso previa cena o merienda, mientras otros se aventuraban en los puestos de tacos y  establecimientos de fritangas con ese olor y sabor  tan únicos que  ofrecía Querétaro.

Por otro lado, hay atardeceres que no nos son permitidos, ocurren cuando las nubes amenazadoras, que descargan  lluvias torrenciales, nos los ocultan y entonces el temor y el desasosiego se apodera de la gente en el ocaso del día, transformando de nuevo la zona metropolitana en un caos y lastimando hogares y personas. Casi siempre hemos pensado que nuestra ciudad nos ha ofrecido seguridad y tranquilidad permanentes, pero las lluvias torrenciales se han encargado de diluir esa percepción y entonces nos vamos dando cuenta de una parte frágil que cada año vuelve a ser todo un tema.

Observar de vez en vez los atardeceres de suaves y cálidos colores, es una terapia para aferrarnos a la alegría y la esperanza en un mundo que irremediablemente está cambiando en la actualidad. Ojalá y se retome un camino social de respeto y tolerancia, así como de mayor generosidad para con quien más lo necesita y que no resulten necesarias nuevas tragedias para fortalecer nuestras virtudes como sociedad. Lo que hasta hoy hemos aprendido en el tema de la prevención y de la solidaridad, debe continuar presente para ser una comunidad que mantenga toda la belleza que encontramos en los atardeceres que disfrutamos en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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