En esa pretensión tan obradorista de asumir estos días —en los que su gobierno entrega malas cuentas en casi todo lo que importa: salud, seguridad, economía— como “un periodo estelar en la historia de México”, se inscribe su intención de imponer un nuevo catecismo que enseñe a sus conversos “la verdadera religión” y reconstruya el pasado. En esa lógica, no fue la rendición de Tenochtitlán, sino “la resistencia indígena”; no es “la noche triste”, sino “la noche victoriosa”.

Ese nuevo catecismo exige, a su vez, una nomenclatura novedosa: las universidades para el bienestar, el Instituto de salud para el bienestar, el Banco del Bienestar, los tianguis del bienestar, la empresa Gas Bienestar...

En vez de pérdidas de Pemex se dice que la empresa “no tuvo utilidades”; informar, como lo hacen los medios, sobre el número de homicidios dolosos es “amarillismo”; si triunfa Morena en una elección es “gracias al pueblo”, si pierde fue “fraude”; hacer propaganda desde el gobierno es “informar”.

Para el Presidente, las clases medias instruidas y críticas son conservadoras, egoístas, hipócritas, “aspiracionistas”. Al incremento en los precios de los servicios públicos le llama actualización; la entrada de dinero ilegal a Morena son aportaciones a la causa; no es influyentismo ni nepotismo, sino camaradería; no son “apagones”, sino interrupciones programadas al suministro eléctrico.

La “austeridad republicana” se ha traducido en el desmantelamiento de instituciones, de guarderías infantiles, del seguro popular, de los fideicomisos. Los recortes draconianos que se han impuesto son donativos voluntarios; no es despido de personal, sino la aplicación de medidas de austeridad.

Los chayoteros de hoy —que reciben sus “enchufes” con puestos públicos y la conducción de programas en las televisoras públicas— son “periodistas independientes”; los operadores electorales son llamados “servidores de la nación”; intelectual es una persona que simula y miente para apoyar la transformación y de paso pegarle (con información reservada puesta a su servicio) a los que la critican.

Los insultos y amenazas que desde la tribuna presidencial se lanzan a las voces disonantes y a los críticos se llaman “diálogo circular”. La deportación de los migrantes es llamada “retorno asistido.”

La reelección del presidente de la Suprema Corte es “ampliación del mandato”. La democracia es el poder del pueblo y quien encarna al pueblo es el presidente de la República. Una norma secundaria puede contradecir a la Constitución, si es justa según lo defina el líder; superioridad moral son David León, Félix Salgado Macedonio, Manuel Bartlett y Benjamín Saúl Huerta, entre otros.

La gestión desastrosa de la pandemia es calificada por el presidente como ejemplar y el cubrebocas es bozal (Bartlett dixit).

Todas estas expresiones recuerdan la neolengua de la célebre novela de Orwell (1984) y las consignas del Partido: “La guerra es la paz”, “Libertad es esclavitud”, “Ignorancia es la fuerza”.

No hay duda, la narrativa de la 4T es chusca, risible para quienes no profesan la fe, pero cumple a cabalidad su propósito de embaucar a sus fieles, esos que creen a pie juntillas lo que dicta el nuevo catecismo.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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