La política es una arena en la que todas y todos, de una forma u otra, participamos. Cuestionar el poder no es sólo tentador, es —o debiera ser— una constante en las sociedades democráticas. Sin embargo, la realidad se nos presenta con diversos matices que difícilmente permiten una visión simplificada; nuestras opiniones están permeadas por nuestros prejuicios.

Este espacio busca confrontar la realidad política con la percepción que tenemos de ella, de ahí su nombre. Se conoce como “visión de túnel” a la incapacidad de creer algo que no confirme nuestros prejuicios. Nuestras opiniones suelen estar mediadas por el entorno; los valores políticos que adquirimos a lo largo del tiempo nos permiten posicionarnos sobre diversos temas y, también, definir nuestra identificación partidista o ideológica así como las y los candidatos o partidos por los que votamos. Sin embargo, los mismos atajos que utilizamos para definir nuestras preferencias nos ocultan una parte del mundo; nos hemos habituado a ver únicamente lo que coincide con nuestras posiciones, independientemente de la evidencia. Hacer visible lo que intentamos no ver, es el objeto de este ejercicio que hoy inicia.

Pensemos, por ejemplo, en la controversia que se ha suscitado en torno a la postulación de Félix Salgado Macedonio como candidato a la gubernatura de Guerrero por Morena. La discusión se ha centrado en la exigencia de no postular a un cargo público a un individuo sobre el cual pesan múltiples denuncias de violencia sexual. Más allá de cualquier opinión sobre el candidato en cuestión la decisión es terriblemente desafortunada, como también lo es la insistencia de la cúpula del partido y del Presidente de la República de defenderle.

¿Qué es lo que no estamos viendo? Venimos de un sistema autoritario donde el Presidente de la República tenía la última palabra en todas las decisiones. Tuvimos que pasar por décadas de cambios; de lo que para simplificar llamamos transición democrática para lograr que el voto de ciudadanas y ciudadanos sea el que defina el resultado de las elecciones y, justamente, cuando la decisión de la mayoría a través del voto es la que pone y quita gobernantes venimos a darnos cuenta que prevalece intacta nuestra cultura autoritaria.

¿Tan poco importa el voto de las y los ciudadanos que damos por hecho que el membrete de un partido define el resultado de una elección? Si así fuera nada ha cambiado en más de medio siglo salvo los colores y las siglas. Quienes tomaron la decisión conocían —al menos parcialmente— los antecedentes de Salgado Macedonio; para nadie fue sorpresivo. Exigirle a la dirigencia de Morena o al Presidente de la

República que modifique una decisión tomada respecto de una candidatura parece un salto al pasado; ese en el que el Presidente decidía quién gobernaba, pues su partido era una máquina electoral invencible. ¿Estamos aún en ese escenario? ¿Añoramos tanto la hegemonía priista que ahora se la otorgamos al nuevo partido oficial? ¿De nada sirvió la alternancia en los gobiernos municipales, estatales y en la Presidencia de la República? Evidentemente son las y los ciudadanos de Guerrero quienes, en libertad, deberán elegir a el o la titular de la gubernatura. Quizá eso es lo que nuestros prejuicios no nos permiten ver.

Postular candidatas y candidatos impresentables dice mucho de quienes lo hacen; asumir que dichas propuestas definen el resultado de una contienda dice mucho de nuestra cultura política autoritaria. Como sociedad no merecemos representantes cuya calidad moral no está a la altura de los cargos, pero poner en manos del Presidente de la República el resultado de una elección es tanto como aceptar, parafraseando a Enrique González Pedrero, que estamos de vuelta en el país de un solo hombre.

Twitter: @maeggleton

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