Tres o cuatro palabras nos definen y marcan nuestro lugar en el espacio. Las llevamos hilvanadas en el alma, cuentan la historia que nos antecede, narran en sílabas cantarinas quiénes somos, de qué lejano rumbo de esta Tierra partieron los ancestros que tuvieron nietos que fueron nuestros bisabuelos: hombres y mujeres de rostro sepia en un papel ajado que rueda entre cajones de viejas cómodas. Buscando una carta en la casa paterna, nos encontramos de frente con esas miradas y tratamos de entablar un diálogo de siglos, una conversación que involucra tradiciones, costumbres, creencias y modos de ver la vida.

Nuestro nombre de pila delata las raíces del árbol familiar. El apellido patronímico se deriva del nombre: Martín-Martínez, Ramiro-Ramírez, y habla de la región de donde salieron los marineros, leñadores, cocineras, pianistas o maestros que aparecen en sus ramas, como hojas verdes que crean la fronda que nos protege.

El toponímico delata el lugar de donde salió un abuelo en un día cualquiera, para no volver jamás. Los hay toponímicos mayores, que se refieren a ciudades, pueblos o aldeas: Burgos, Zaragoza; los menores se refieren a accidentes geográficos: Ríos, Valle, Murillo; los apellidos gentilicios tienen que ver con la procedencia: Castellanos, Soriano, Navarro.

Hay quienes afirman que los apellidos teonímicos fueron adoptados por los judíos conversos que huyeron al Nuevo Mundo para escapar de la Inquisición y se cobijaron en estos nombres derivados de la divinidad: Santamaría, Sanjuán, Vera. Los hay que definen un oficio: Tejedor, Zapatero, Herrera. Algunos describen características: Obeso, Delgado, Calvo (el segundo apellido de mi abuela).

El madrileño Pedro Salinas, de la generación del 27, se preguntaba:

“¿Sabe el mar cómo se llama, / qué es el mar? ¿Saben los vientos / sus apellidos, del sur / y del norte, por encima / del puro soplo que son? / Si tú no tuvieras nombre, / todo sería primero, / inicial, todo inventado / por mí, intacto hasta el beso mío”.

El poeta Jaime Sabines tiene raíces libanesas. Sus ancestros llevaban nombres árabes. Al llegar a puerto mexicano e ingresar al país con un papel oficial, un funcionario transformó en palabra escrita con alfabeto latino lo que pensó que sería el apellido del padre de Sabines. En realidad, el señor nombraba su aldea en el Líbano. Como sea, el autor nació en México y escribió:

“Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. / Trato de escribir que te amo. / Trato de decir a oscuras todo esto. / No quiero que nadie se entere, / que nadie me mire a las tres de la mañana / paseando de un lado a otro de la estancia, / loco, lleno de ti, enamorado. / Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. / Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, / lo grita mi corazón amordazado. / Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, / lo digo incansablemente, / y estoy seguro que habrá de amanecer”.

Invoco también a Federico García Lorca:

“Yo pronuncio tu nombre / en las noches oscuras / cuando vienen los astros / a beber en la luna / y duermen los ramajes / de las frondas ocultas. / Y yo me siento hueco / de pasión y de música”.

Que tu nombre aparezca en las escrituras de tu casa, en facturas de bienes útiles, en títulos universitarios. Alejado de papeles que hablen de litigios, demandas y sentencias.

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