Todas y todos nacemos con colores distintos en los ojos. Los hay cafés, verdes, azules, incluso grises y otras muchas combinaciones. El color de nuestros ojos es algo que no escogimos así nacimos. Y no hay forma alguna de modificarlo a menos que utilicemos pupilentes de un color distinto, pero no es una forma real de cambiar el color, se queda en una simulación.

Ahora imagine usted que hubiera personas que consideraran como “normal” tener ojos cafés, y decidimos entonces excluir a quienes tienen ojos de color diferente. Por tener ojos verdes, no pueden casarse ni formar una familia, ni pueden mostrar afecto a su pareja sentimental de ojos azules por miedo a recibir insultos de quienes tienen ojos cafés. Incluso imagine usted que para la propia ley sean distintos.

Pero no siendo esto suficiente, quienes tienen ojos cafés decidieron que los ojos de color simplemente estaban mal. Y entonces, sin suficiente investigación médica, deciden crear las terapias para cambiar los ojos de color.

Empezando por hacerle creer a los ojos azules que simplemente están equivocados y que, con pura voluntad, pueden ser cafés; pero si esto no fuera suficiente, entonces habrá inyecciones con colorantes. ¿Le suena ilógico o brutal? Eso es lo que vive la comunidad LGBT+ todos los días.

Estas terapias de conversión, también conocidas como Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (ECOSIG) no eran consideradas abuso, violencia ni homofobia en nuestro país. Hasta hace una semana en la que el Senado aprobó reformas al Código Penal Federal y la Ley General de Salud con la finalidad de prohibir y sancionar a quien aplique terapias de conversión.

La aprobación de esta ley era una deuda histórica con los derechos humanos  —vulnerados— de la comunidad LGBT+. No había sanción para quien tratara de corregir la orientación a través de la tortura, privación de la libertad e incluso a través de la violencia sexual. ¿Se imagina que tratáramos de corregir los ojos grises a través de la ceguera?

Es momento de que los ojos cafés empiecen a aceptar y respetar que existan diferencias. Esta deuda histórica con la comunidad apenas va compensándose, empezando por el reconocimiento de sus derechos. No tienen ninguna condición, no padecen ninguna enfermedad. No hay absolutamente nada que curar. No es su deber cambiar, sino el nuestro de cuestionar aquello que nos incomoda.

No son ellos quienes deberían exigir sus derechos cada 28 de junio, sino nosotros quienes no deberíamos poner trabas para otorgarlos.

Es momento de cambiar la narrativa y más allá de un simple discurso en pro de los derechos humanos, realmente llevar a cabo acciones desde la legislación mexicana para asegurarlos.

Todas las disidencias sexuales merecen vivir en paz, pertenecer al mundo que inventamos y no ser discriminadas y torturadas por el simple hecho de ser diferentes. Es momento de cuestionar nuestra homofobia, nuestra intolerancia y los privilegios que hemos tenido para encajar en este mundo.

Un gran primer paso para empezar a cuestionarnos esto, son las sanciones establecidas por el Congreso de la Unión a quienes vulneren los derechos de la comunidad a través de las terapias de conversión.

La inserción de este tipo de tortura en el Código Penal Federal es un gran avance. Pero ¿es acaso suficiente?

Aún le debemos mucho más que sanciones a la comunidad LGBT+. Les debemos equidad sustancial que se debe reflejar desde las instituciones, el marco normativo, el diseño e implementación de la política pública y las acciones individuales de todos y cada uno de nosotros.

Google News