El premio Nobel de la Paz fue entregado este año al Programa Mundial de Alimentos de la ONU. Esta agencia de Naciones Unidas fundada en 1961, distribuyó el año pasado 15 mil millones de raciones de comida en el mundo.

Berit Reiss-Andersen, presidenta del Comité Noruego del Nobel, dijo que la intención era llevar los ojos del mundo hacia los millones de personas que enfrentan la amenaza del hambre. Agregó que el Programa Mundial de Alimentos “ha sido una fuerza impulsora en los esfuerzos para prevenir el uso del hambre como arma de guerra y juega un papel clave en la cooperación multilateral para hacer de la seguridad alimentaria un instrumento de paz”.

Por su parte, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, aprovechó el anuncio del premio para enfatizar que en “un mundo de abundancia, es inconcebible que cientos de millones de personas se acuesten cada noche con hambre”.

Esa pandemia no es nueva. Millones de personas la padecen. A pesar de la creciente generación de riqueza y de lo que muchos entienden como progreso, el hambre no se ha erradicado. De hecho, ha aumentado en los años recientes, y con la crisis sanitaria por el Covid-19 su crecimiento es dramático.

Según el más reciente informe de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la crisis económica derivada del coronavirus podría provocar un aumento de 130 millones de personas con hambre crónica para finales de este año.

Estas cifras son aún más dolorosas cuando la atención se centra en los menores. De acuerdo a este mismo informe, 191 millones de niños menores de cinco años tienen retraso en el crecimiento por falta de alimentos. El efecto no es solo en la talla, hay también graves consecuencias para el desarrollo intelectual, y es que en donde debiera existir masa encefálica lo que hay es aire producto de la desnutrición.

En contraste, hay 38 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso, mientras que la obesidad en adultos no ha dejado de aumentar. Es un retrato de la desigualdad y de la gran falta de conciencia en torno a la manera de alimentarnos.

En México el hambre también ha crecido. De acuerdo a la FAO, un 12.3 por ciento de la población mexicana se ubica por debajo del nivel mínimo de consumo de energía alimentaria. En el periodo 2017-2019 era el 7.1 por ciento.

Urge atender a esos millones de seres humanos que hoy no tienen nada para llevarse a la boca. El reto es enorme. El hambre no puede seguir siendo un arma de guerra. No puede tampoco ser una herramienta electoral.

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