“Brutal atropello de nazis a dos cónsules chilenos, ayer”. Así rezaba el titular de El Nacional el 29 de diciembre de 1941, luego de que Pablo Neruda fuera agredido mientras merendaba en el restaurante del hotel Parque Amatlán, en Cuernavaca, con varios amigos del consulado de Chile. Como resultado, el poeta sufrió una fuerte lesión en la cabeza y tuvo que ser hospitalizado.

Neruda, siempre ubicado entre la ovación y la polémica, proporcionaba material explosivo para la comidilla y esto lo era, sin duda. El reportero abunda: “Al practicarse las primeras investigaciones se supo que los diplomáticos chilenos estaban conversando en el comedor del hotel, cuando de improviso unos alemanes —actuando a la usanza nazi— se abalanzaron sobre ellos golpeándolos con sillas y armas y emprendiendo después la fuga”. Otro rotativo abundó: “Los asaltantes fueron dirigidos por el alemán Roberto Kabler, propietario del establecimiento”.

Las notas periodísticas pintan a Neruda como la víctima de este episodio y así lo han recogido sus diversos biógrafos. Gunther Castanedo afirma que el poeta “supo sacar provecho político de él, ya que fue internacionalmente conocido y sancionado. Los escritos de adhesión vinieron de todo el mundo y de todo tipo de sectores, intelectuales, obreros, europeos y americanos, maestros y mineros, cubanos y peruanos”.

No obstante, los reportes policiales y las declaraciones de involucrados y testigos que pude revisar gestan una nueva interpretación de lo ocurrido. Por ejemplo, el 31 de diciembre, el inspector P.S. 9. informó al jefe de la Oficina de Información Política y Social, que, “de repente inició una riña entre los dos grupos a consecuencia de que tanto el señor Neruda como sus acompañantes injuriaron a los alemanes, desprendiéndose de las averiguaciones practicadas, que esa riña fue ocasionada por los efectos de las copas ingeridas por el ya mencionado Neruda y sus amigos”.

Este documento contrasta con los dichos de Neruda, para quien todo empezó “cuando brindaban por los presidentes de Estados Unidos y de México”.

Algo similar les contó a Diego Muñoz y Alberto Romero: “En nuestra mesa hablábamos de la guerra, de sus contingencias, etc., con nuestra correspondiente adhesión a Ávila Camacho, a Roosevelt, a Churchill, a Stalin. En una mesa vecina bebía un grupo de nazis, ocho o diez individuos con cuello de toro y cabeza de fierro (…) Haciendo el saludo nazi se lanzaron contra nosotros, que naturalmente nos defendimos, a bofetadas, a silletazos”.

Si bien a nadie se le escapan las fricciones que el conflicto bélico debió suscitar en las mesas alrededor del mundo, Neruda omitió detalles importantes, como aquellos que Amparo Hernández, mesera del restaurante, proporcionó: “Llegaron otras personas (…) al establecimiento, al parecer con algunas copas y siguieron tomando; que como a los 10 o 15 minutos estas personas comenzaron a gritar: ‘Que chingara a su madre Hitler y que viviera Rusia’.

“Que en la misma mesa se encontraban algunos señores y señoras y entre todo el grupo gritaban que murieran los alemanes (…) Un señor de traje gris, al que acompañaba una señora, estaba diciendo: ‘Que chinguen a sus madres estos alemanes’, los que se pararon de la mesa y fue cuando se hizo el borlote”.

El resto de los testimonios coinciden en que los supuestos atacantes sólo respondieron a las majaderías.

Incluso, el propietario informó “que el hombre lesionado en la cabeza se le acercó para intimidarlo con la clausura de su negocio, y acto seguido le propinó un puntapié”.

Con el paso del tiempo es difuso determinar si el poeta sufrió una agresión premeditada o si el descalabro fue consecuencia del exceso de alcohol y la exaltación de los ánimos patrióticos; sin embargo, este curioso incidente ofrece dos formas de ver a Neruda.

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