La detención de José Antonio Yépez, mejor conocido como “El Marro”, es un duro golpe al crimen organizado, que refleja el trabajo que ejecutan algunas instituciones de seguridad, como las fuerzas armadas.  Tal acción ha sido presumida de inmediato por el gobierno federal, ávido de buenos resultados en materia de seguridad, y que todos estaríamos dispuestos a reconocer, salvo por el hecho de que, en esencia, se trata de la misma estrategia que se ha usado en los últimos doce años: detener a los cabecillas de los cárteles.

Estrategia que se puso de moda en el sexenio del expresidente Felipe Calderón, con la famosa “guerra contra el narcotráfico”, que lo único que hizo fue crear células locales de poder mucho más violentas y crueles, como los templarios o los zetas.

Decisión que también fue duramente criticada por el ahora presidente de la república y quien, por el contrario, ofreció una postura pacifista y de recuperación social; sin embargo, hasta el momento eso no se ha visto, pues basta revisar los índices de homicidios, feminicidios, extorsión y demás delitos de alto impacto, que se están multiplicando en el país.

Muchos expertos han considerado que esta forma de enfrentar al crimen organizado no es eficiente, pues deja el camino libre para que surjan nuevos líderes o para que otros se apoderen del territorio; como una especie de Hidra, aquel monstruo mitológico de la antigua Grecia, que en cada corte multiplicaba sus cabezas.

Algo que debemos entender, es que estos grupos se crean alrededor de intereses económicos, donde familias enteras se benefician de las actividades ilícitas, dando pie al nacimiento de futuros cárteles. Redes alimentadas principalmente por la impunidad, la corrupción y el tráfico de influencias; pero que, además, no existirían si no fuera por la indiferencia o complicidad de las autoridades en los tres niveles de gobierno.

Es ahí justamente donde el Estado debe centrar su atención, en una política preventiva, más que reactiva, vigilando el flujo de dinero y la creación de patrimonios suntuosos que surgen de la nada; además de emplear tácticas más certeras de investigación y control, empezando por el tráfico de armas.

Que no quepa duda, la detención de “El Marro” y la desarticulación de su organización, representa un duro golpe a la delincuencia; pero eso no será suficiente para brindar seguridad y reponer el tejido social que está fracturado, tanto en Guanajuato como en todo el país.

Por ello, antes de echar las campanadas al vuelo, como lo pretende hacer el gobierno, lo que apremia es ajustar la estrategia y fortalecer la prevención, con políticas públicas que realmente generen progreso social y oportunidades para los más vulnerables.  
Luego entonces, cabe preguntarse si en materia de seguridad, como lo afirma esta administración, realmente estamos viviendo una “transformación”, o si como todo indica, se están reciclando viejos métodos que al final de cuentas…darán los mismos resultados.

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