Lo que inició como un problema sanitario, con su enorme costo humano, se ha tornado en una crisis que afecta a prácticamente todos los componentes del sistema global. Pero de todos esos componentes, probablemente el más preocupante fue anunciado por el Secretario General de Naciones Unidas en la semana: las amenazas a la paz y la estabilidad globales. Ante ello, tenemos muchas tareas. No solo estamos llamados a pensar qué es lo que “está fallando” del sistema, como si ese sistema fuese externo a sus partes, sino en qué estamos fallando nosotros; ¿en qué medida nuestro país ha contribuido activa o pasivamente para que cuando ese todo compuesto de piezas interdependientes, esté colapsando como ahora, no estemos viendo suficientes acciones de coordinación y colaboración multilateral del tamaño que la situación global requiere?

De un lado, está la “paz negativa”, es decir, la ausencia de violencia y la ausencia del miedo a la violencia. Sin embargo, la paz no se limita a ese ángulo negativo. La paz positiva, según el IEP, consiste de “actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas”. Ese instituto ha llevado a cabo investigación que detecta ocho áreas básicas o indicadores que se encuentran presentes en las sociedades más pacíficas del mundo.

Pero lo internacional no se encuentra desvinculado de ese entramado de columnas. De hecho, pensar en la paz internacional requeriría un esfuerzo de adaptación que nos llevase a comprender cuáles son las actitudes, las estructuras y las instituciones que generan y sostienen paz entre los distintos países. Podríamos considerar por ejemplo en la necesidad de adaptar pilares como (a) un sistema sólido de derecho internacional y de organismos internacionales que funcionen adecuadamente para procesar las controversias entre los estados y garantizar su convivencia armónica; (b) una más equitativa distribución de los recursos globales y/o su explotación; (c) buenas relaciones entre naciones vecinas; (d) aceptación y respeto a los derechos de todos los estados y los pueblos; (e) bajos niveles de corrupción transnacional; y (f) un buen ambiente para el desarrollo de los negocios (en condiciones de respeto a los derechos y distribución equitativa de los recursos), entre varios otros aspectos semejantes.

Sobra decir cuántos de esos rubros internos y externos están siendo amenazados por la crisis sistémica que esta pandemia está produciendo. Sin embargo, asumir que la amenaza solo procede de la precipitación de esta crisis —como si hace unos pocos meses todo lo relativo al sistema de paz global estaba en perfectas condiciones— es justamente el error.

Cada vez que un país como México, una de las 15 economías más grandes del globo, una potencia media que ha demostrado su liderazgo regional, un estado que se ha ganado el respeto por su activismo en temas multilaterales, decide enfocarse mayormente en sus propios problemas y otorgar una mínima prioridad a lo que sucede afuera, ese sistema de paz internacional queda desamparado.

El momento actual ofrece una oportunidad para reconsiderar nuestro comportamiento en el mundo. La crisis está produciendo una concientización en muchas sociedades acerca de la relevancia de actuar solidaria y coordinadamente a nivel global. Hace falta que tomemos pasos de manera activa en coordinación con otros estados preocupados por los riesgos a la paz global. Quizás en este punto no haya la capacidad o la voluntad de tomar esos pasos, pero eso no hace que el tema sea poco relevante y no puede dejar de sacarse a la luz.

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