La comunicación política con fines electorales ha proliferado, pero también se ha desvirtuado: la empresa Cambridge Analytica (ver mi artículo del 30/3/18) es claro ejemplo de hasta dónde pueden llegar las campañas sucias. Otro ejemplo es el slogan diseñado para las elecciones de 2006 que sostenía que uno de los candidatos a la Presidencia, “era un peligro para México.” Dicho slogan fue creado por los estrategas Dick Morris (estadounidense que también trabajó para Fox) y Antonio Solá (español naturalizado mexicano), e igualmente lo emplearon en España contra el candidato del Partido Socialista Obrero Español (“Zapatero es un peligro para la economía”), y contra Manuel Baldizón quién era “un peligro para Guatemala.” En este último caso el peligroso resultó ser el presidente electo, Otto Pérez Molina, quien renunció y está siendo juzgado por corrupción y enriquecimiento ilícito. Esa narrativa buscó sembrar miedo y alarma ante el delirante socialismo populista de Hugo Chávez que estaba en apogeo, pero aunque ya se fue, su socialismo está en decadencia, Venezuela vive debacle y hambre, y el propio Solá declaró que el aspirante mexicano “para nada” es ya una amenaza, sin embargo se sigue utilizando. Por consiguiente, cabe preguntarse si, de manera objetiva y realista, la hipotética “venezolanización” de México podría ser posible.

Las dos naciones ya sólo comparten lo básico (historia, geografía, lengua, religión, etcétera): la antaña cercanía fue remplazada por alejamiento y encono. El comercio bilateral es de escasos 800 millones de dólares anuales, nuestra posición en el mundo es muy diferente (somos la 15 economía y ellos la 44), económicamente estamos muy diversificados, en tanto que Venezuela depende principalmente del petróleo; nuestra economía es abierta y de libre mercado; la de aquellos es lo contrario y está en quiebra. Lejos estamos de padecer una inverosímil inflación del 6 mil por ciento, que puede llegar este año a 13 mil por ciento. Un control dictatorial como el venezolano es más factible sobre una población de sólo 32 millones de habitantes, y no sobre 132 millones como los que tenemos. Políticamente somos opuestos: su gobierno se sostiene mediante la dictadura, el ejército y los cubanos. La democracia mexicana es imperfecta, pero lejana de la dictadura: en 100 años no hemos tenido golpes de Estado, mismos que hasta la fecha son recurrentes en Venezuela. Nuestro ejército es institucional y leal al poder civil: allá es una fuerza opresora que, siguiendo el ejemplo cubano, convirtió a Venezuela en una dictadura militar. Cuba, con la anuencia de Chávez y Maduro, colonizó al gobierno y al ejército, existiendo entre 45 mil y 100 mil asesores en todos los ámbitos, especialmente en el militar, de seguridad e inteligencia. Los apoyos de la extinta Unión Soviética que garantizaban la sobrevivencia de la nomenclatura cubana, fueron remplazados por los que hoy se extraen del pueblo venezolano.

Si esos y otros muchos factores no fueran suficientes para constatar que la posibilidad de un México venezolanizado es un cuento chino, que forma parte de una campaña de marketing político destinada a infundir temor entre electores incautos, bastaría recordar el “pequeño detalle” de que tenemos más de 3 mil km2 de frontera y una profunda integración con Estados Unidos. El factor geopolítico sería el antídoto más poderoso contra cualquier trasnochado sueño de marxismo tropical.

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