En un estudio reciente que acabamos de publicar en CentroGeo (https://bit.ly/30bPZnX), encontramos que entre los factores más importantes para predecir los niveles recientes de homicidio en las colonias de la Ciudad de México se encuentran el desorden social (por ejemplo, personas en estado de intoxicación por alcohol y/o drogas, alteraciones del orden público, etc.) y el desorden físico (por ejemplo, coches abandonados, grafitti, fugas de agua, etc.). Ambos factores resultaron ser inclusive más importantes que otros factores de riesgo criminal bien conocidos, como son los niveles de desventaja socioeconómica (por ejemplo, población sin derecho-habiencia a servicios de salud, hacinamiento, etc.), o la presencia de bares y tiendas con permisos de venta de alcohol en la colonia. Estos hallazgos confirman la validez de la llamada teoría de las ventanas rotas para el caso de la Ciudad de México.

Ventanas rotas es una teoría robusta dentro de la criminología que predice que la presencia de “señales” de desorden social y desorden físico facilitan la erupción de comportamientos antisociales y violentos. Según la teoría, el desorden social se “señaliza” a través del rompimiento de normas conocidas de comportamiento, y el desorden físico a través del abandono o descuido material de la colonia. El mecanismo causal consiste en que la presencia de estos tipos de desorden “señalan” una falta de control y cuidado locales, junto con una impunidad reinante, lo que lleva a la comisión de delitos. La metáfora de ventanas rotas consiste en la idea de que, en un edificio abandonado, el rompimiento de una ventana (por vandalismo) que se deja sin reparar, es acompañado de siguientes rompimientos y daños, cada vez mayores y más frecuentes, a causa precisamente de esa falta de reparación indicativa de desinterés e impunidad.

Este hallazgo es útil desde el punto de vista de prevención del homicidio. Nuestros resultados sugieren que el gobierno de la ciudad debe implementar acciones, que reduzcan la erupción de tales señales de desorden social y físico en el ámbito de la colonia. Esto se intentó hacer durante los inicios del sexenio pasado, en tres polígonos de la ciudad, pero no se logró hacer de manera sistemática ni sostenida. Es importante saber que la política de prevención del delito no es una política de un año sí y otro no, según los vaivenes del presupuesto. Es una política que sólo funciona si se implementa de forma precisa y continua.

Una nota de caución. Y es que esta teoría no está exenta de malinterpretaciones. Una estrategia de patrullaje en los Estados Unidos que se (mal)fundamentó en esta teoría, promovió la aparición de un patrullaje agresivo y cero-tolerante en las zonas con las mayores proporciones de población minoritaria y pobre. Lo anterior resultó en arrestos arbitrarios, violaciones de derechos humanos, etc., que provocaron un enorme malestar social y a su vez, una mayor violencia, en este caso, contra los mismos policías. Es decir, se produjo el efecto contrario de lo que se buscaba realizar. Lo que una vez más, muestra que la mala interpretación de las teorías, sea consciente o inconsciente, a la larga siempre provoca más mal que bien.

De tal forma que las soluciones que la teoría de ventanas rotas ofrece para la reducción del homicidio en esta ciudad no van por la vía del patrullaje cero-tolerante. Va por la vía de promover el involucramiento de la comunidad en el cuidado de sus colonias y por la inversión en el mantenimiento y mejoramiento de las condiciones de las mismas. A lo primero se le llama “eficacia colectiva” y a lo segundo “mejoramiento del espacio” construido. Esta ciudad ciertamente tiene muchas “ventanas rotas” por arreglar. Pero también tiene los recursos para hacerlo. Sólo se necesita un programa de prevención del delito de largo plazo que se sostenga en evidencias como las que se muestran aquí.

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