En la década de los 90, José Manuel Aguilera ya era un nombre que había llamado la atención tras surcar por las alineaciones de Sangre Asteka, La suciedad de las sirvientas puercas, sus proyectos con Jaime López como el disco Odio Fonkie: tomas de buró, además de Nine Rain junto a Steven Brown y muchas otras propuestas, siempre como músico invitado.

Una experiencia que ya había acercado al guitarrista a un sinfín de músicos e ideas, además de incrementar su inquietud musical, pues aunque todos sus proyectos anteriores eran interesantes, no cobraban la continuidad necesaria.

El maestro Aguilera siguió en movimiento, al ser invitado por Saúl Hernández para ser guitarrista de Caifanes en su gira “El nervio del volcán” y cuando llegó su disolución, Saúl no dudó en invitar algunos años después a José Manuel a integrar el nuevo proyecto llamado Jaguares con el disco El equilibrio, pero tampoco fue un proyecto duradero para Aguilera que sólo fue partícipe en ese disco debut.

Precisamente en ese grupo,  Aguilera convivió con el bajista Federico Fong y el baterista Alfonso André, con quienes ya había trabajado antes, pero fue en ese momento cuando decidieron unir creatividad y talento en un proyecto propio.

Reúne a Fong y André con quienes fundó La Barranca, una propuesta que con el paso de los años se ha convertido en banda de culto, de las más trascendentales y consistentes, incluso unos la llaman el secreto mejor guardado del rock mexicano. De la música contemporánea mexicana me gusta más.

El fuego de la noche fue el debut discográfico de La Barranca en abril de 1996, trabajo sumamente alabado por la crítica, pues para nada era un proyecto superficial. Tal como el nombre de la banda lo indicaba, llegar a los sonidos y atmósferas de esta placa, era navegar por las más profundas sensaciones de un ser.

Había que llegar muy profundo, la magia de la música del grupo se convertía en una experiencia sensitiva, muy lejos de los parámetros comerciales y radiales, algo que solamente permitió que sonaran un par de sencillos, “Esa madrugada” y “El alacrán”, a pesar de que la placa contenía otros temas de gran manufactura. Para 1997, aunque Fong, André y Aguilera tenían compromisos con Jaguares, no dejaron pasar la oportunidad de volver al estudio para grabar Tempestad, el segundo álbum de La Barranca, que en nada demeritó la calidad de su antecesor.

Eso es lo que hay que agradecerle al maestro Aguilera y compañía, que siempre ha sido fiel a su inquietud de crear, pues aunque La Barranca ha experimentado cambios en sus alineaciones, jamás ha perdido su esencia ni trascendencia con el paso de los años, eso sí, siempre lejos de la masividad.

El viernes pasado, el Teatro Metropólitan atestiguó un renacer de estos dos discos en un conciertazo llamado “Línea de fuego”, donde reunió a los miembros originales así como a la nueva alineación que ha acompañado a José Manuel en los últimos años y con el que se constató la grandeza de una agrupación a la que llegan pocos, muy pocos inquietos oídos.

“Ten piedad de las almas humanas que se despeñan en esta barranca. Ten más piedad de mi pobre razón que a veces se desarma. Es necesario saber soñar para sobrevivir en la barranca”.

Google News