Siempre que he tenido oportunidad de compartir algún conocimiento o experiencia, me he preguntado cómo lo haría el profesor Benítez (el mejor profesor que he tenido jamás. Y que me sigue enseñando aún); qué haría él para interesarme en el tema a priori, para atraer mi atención durante la clase, para hacerme participar y sobre todo, para desarrollar conocimientos o competencias específicos. Sin que esto pueda parecer una reflexión preparatoria de una clase, los que hemos sido maestros, seguro recordamos esa ligera cosquilla mental producto de la anticipación a la actividad, el quemarse las pestañas para interesar, compartir y desarrollar competencias.

Hago esta introducción, porque a pesar de que hoy mi actividad se encuentra alejada de las aulas, jamás podré ausentarme de compartir mis experiencias y conocimientos, es decir, cómo muchos, soy y seguiré siendo un maestro.

Del mismo modo, en uno u otro trabajo, cuando menos podría esperarse, se encuentra un compañero, un subordinado, un visitante, un cliente o un completo desconocido que sin pensarlo, sin preparación alguna en ocasiones, comparte generosamente sus conocimientos. De esto quiero hablar hoy #DesdeCabina.

Ahora que las oportunidades me han puesto al frente de una aeronave distinta a la que por tantos años comandé, ratifico con entusiasmo las aseveraciones de los párrafos previos, hoy me encuentro ante la increíble oportunidad de aprender de grandes maestros -más que de enseñar-, y sin que esto pueda significar un golpe al ego para los que solían o solíamos llamarnos maestros, si es en verdad una gran prueba de que en cualquier lugar y en cualquier circunstancia uno puede encontrarse con maestros en todo el sentido de la palabra, con seres humanos, que sin importar su condición, su experiencia, su formación académica o su edad, se atreven a compartir con humildad, y sobre todo con generosidad, su experiencia para beneficio de sus compañeros y de su organización.

Encontrarse a esos maestros es un tanto ejercicio de observación, de escucha y un poco de ojo “clínico”; son esos compañeros o compañeras que sin dudar, se ofrecen para recibir y compartir enseñanzas a los recién llegados, a los que preguntan, o a todo aquel que necesita “una mano”; son incluso esos estudiantes o aprendices que se desviven o que se aletargan ante el vaivén de las materias o actividades, todos ellos sin duda maestros de una u otra manera.

Han pasado apenas unos años desde que dejé las aulas formales y, aun cuando he vivido una diversidad de formaciones y capacitaciones que me siguen ayudando para mejorar el actuar ante mis responsabilidades, no dejo de convivir tanto con maestros de carrera y profesión como con los que de corazón que, en la mayoría de las veces de forma empírica, comparten desinteresadamente lo que tienen y lo que son en cuanto a experiencias y conocimientos. Para todos sin distinción, una sentida felicitación.

Estoy convencido que si bien la profesión de maestro, la docencia como se le conoce más formalmente, no es la más antigua del mundo, sí es una de las más nobles, ya que se dignifica tanto el que enseña y comparte como el que recibe y aprecia lo compartido, pero sobre todo ejemplifica que el enseñar es servir y que al servir, estamos enseñando de diversas maneras. Gracias Maestros por estar donde sea.

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